Ibagué, cultura y naturaleza

Guillermo Pérez Flórez

Hay días en que todo sale bien, desde que amanece hasta que anochece. El pasado jueves se inauguró el ‘Ibagué Festival’, que desde hace cinco años realiza la Fundación Salvi.
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Recibido este año por el guiño de más de diez mil ocobos, que junto a los cientos de arrayanes, cámbulos y gualandayes florecidos embellecen la ciudad. Es un estallido floral paradójico, pues se produce en una época de altísimas temperaturas y casi sin lluvias.  

La quinta versión de este Festival se ha dedicado a la diáspora musical del Tolima, a esa dispersión silenciosa de músicos talentosos por las más diversas partes del país y del mundo. Algo que debería propiciar una reflexión sobre las vocaciones y potencialidades del Tolima. Desde los tiempos del maestro Alberto Castilla y de Amina Melendro, sabemos que una de ellas es la música. Sí. La nuestra es una tierra de músicos, así se nos ha reconocido nacional e internacionalmente sin necesidad de ley o decreto. Tenemos una marca en torno a ella que encierra un tesoro sin explotar y así nuestros músicos no encuentran su lugar y se marchan, como lo hicieron, entre otros, Ana Ospina, Juan Felipe Loaiza, Jona Camacho o Germán Gutiérrez, quien dirigió la sinfónica integrada por los dos conservatorios de Ibagué, para el concierto inaugural del cantautor Santiago Cruz.

Este se realizó en el Panóptico de Ibagué. Un espacio de enorme significado histórico, pues simboliza que la transformación social del territorio sí es posible. En donde antes existía un lugar de dolor, tristeza y desesperanza, ahora es de alegría, integración y cultura. Mientras sonaba la música de “New Orleans Jazz Vipers” y un público feliz aplaudía, yo miraba las pequeñas ventanas de esa antigua cárcel y trataba de imaginar la cantidad de historias trágicas acaecidas en ese lugar que, si bien no es el más apto para grandes actividades musicales, posee un valor simbólico que lo compensa todo. Cruz y la orquesta se prodigaron y nos hicieron un regalo irrepetible. Para él fue la materialización de un sueño largamente soñado: cantar en su tierra, rodeado de su gente, con una orquesta sinfónica. Las colas para entrar eran larguísimas, de varias calles a la redonda. Muchísima gente se quedó por fuera. Unos doscientos muchachos, algunos de ellos estudiantes de los conservatorios, se entraron saltándose las vallas y ello generó un poco de temor. Sin embargo, una vez adentro, las ‘barras bravas’ de Cruz se dedicaron a gozar el recital y a corear sus bellas canciones. Lección: en estos tiempos no es bueno que nadie se quede por fuera de la fiesta.

Este festival hará historia, la programación fue bien diseñada. Actividades educativas, talleres, recitales, presentación de libros, entre ellos el del periodista Juan Carlos Garay sobre el jazz, en la librería Pérgamo. La ciudad ha sonado durante estos cuatro días. Se le recordará durante muchos años. Actividades de altísima calidad. Ahora bien, me pregunto si tendremos suficiente conciencia de lo que significa y representa el ‘Ibagué Festival’, pues es evidente que se necesita mucho más apoyo gubernamental y empresarial. Gracias a Julia Salvi, a Mateo Vegalara y a toda la gente que lo hace posible. La música, la cultura en general y la naturaleza son nuestros activos más valiosos. El jueves en la noche me pareció ver una fotografía del futuro, y me gustó.

 

Guillermo Pérez

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