La república embrujada

Guillermo Pérez Flórez

La muerte de Alberto Fujimori obliga a mirar al Perú de los años 90, década en la cual consolidó un régimen autoritario, clientelista, populista y neoliberal.
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Llegó al poder como un 'outsider', venciendo a Mario Vargas Llosa tras el agotamiento de las estructuras políticas tradicionales, principalmente del APRA, el partido fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre y usufructuado por Alan García, quien protagonizó una de las presidencias más desastrosas de la historia peruana, con una hiperinflación acumulada de más de dos mil por ciento.

Hace unos años, estuve en Lima; aún vendían billetes de esa época en anticuarios populares. Compré varios ejemplares, uno de ellos de cinco millones de intis. Esa hiperinflación, la degradación de los partidos y unas guerrillas delirantes y terroristas (Sendero Luminoso y MRTA) le abrieron las puertas del poder a Fujimori, el 'chinito', un absoluto desconocido. Había un pueblo hastiado de la corrupción, la violencia y la politiquería. Así empezó el 'Fujimorato'. Con sentido pragmático, rápidamente puso en marcha políticas de liberalización económica y privatización de empresas estatales, gracias a las cuales comenzó a contener la inflación y a estabilizar la economía. Su popularidad comenzó a crecer. En 1992, aliado con los militares, dio un autogolpe, cerró el Congreso de la República, convocó una Asamblea Constituyente e hizo aprobar una Carta que habilitaba su reelección. Alcanzó la cima en septiembre de ese año, cuando las fuerzas de inteligencia arrestaron a Abimael Guzmán, el jefe de Sendero Luminoso. Fujimori y su siniestro aliado, Vladimiro Montesinos, se apropiaron de este éxito; le pusieron un traje a rayas al 'presidente Gonzalo' y lo exhibieron en una jaula, como un gorila enfurecido. A partir de ese momento, todo fue coser y cantar. Se convirtió en un fenómeno en América Latina; en Bogotá había gente que lo idolatraba, tenía más éxito que Bukele hoy. Un éxito que encubría las violaciones masivas de derechos humanos bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo.

Tras su tercera reelección, Fujimori y Montesinos mostraron su verdadera catadura moral. El 'Plan Siberia', con el cual incautaron un cargamento de diez mil fusiles AK-47 procedente de Jordania con destino a las FARC en Colombia, y fingían ser adalides de la seguridad regional, resultó ser un burdo montaje. Un informante de la CIA demostró que los traficantes de armas eran ellos. No se me olvida la cara de Andrés Pastrana, presidente de Colombia, cuando se supo la verdad. Esa farsa hizo que Fujimori entrara en barrena, tuviera que renunciar al cargo y huir con unas maletas cargadas de dólares hacia Japón, acompañado de su hija Keiko, su heredera política. El 'chinito' consolidó el neoliberalismo en Perú, a sangre y fuego, como lo hizo en Chile Augusto Pinochet. De alguna manera, su legado aún se mantiene, pues la actual constitución peruana es la que él hizo aprobar en 1993.

 El título de este artículo lo he tomado prestado del libro de Alfredo Barnechea, un intelectual peruano que fue candidato presidencial. Lo traigo a cuento porque es una excelente síntesis de su historia. Perú, como el resto de América Latina, aún no consolida la democracia. La inestabilidad política, la corrupción y la politiquería siguen siendo un lastre para el desarrollo y la superación de la pobreza. Fujimori ha muerto, pero su herencia política y su modelo económico continúan. La democracia no termina de nacer.

Guillermo Pérez Flórez

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