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De hecho, estados pequeños como Ciudad del Vaticano o el Principado de Andorra tienen cuerpos policiales, y países absolutamente pacíficos como Islandia, en donde nunca sucede nada que altere la tranquilidad, disponen de policía, aunque no porten ningún tipo de armas de fuego. Pasarán años, décadas, siglos quizás, antes de que la humanidad adquiera un grado de civilidad que haga prescindible a la policía. Cierto día, una querida amiga me dijo que cuando se pudiera jugar un partido de fútbol sin árbitro, se podría hablar de una humanidad plenamente civilizada. El símil me parece apropiado. Las sociedades necesitan instituciones que arbitren los conflictos, más aún en sociedades plurales. Las funciones más importantes de todo Estado son seguridad y justicia. Desde los tiempos feudales los siervos juraban lealtad al Señor a cambio de esto, es lo que justifica el Leviatán, según Hobbes.
Regresemos al primer párrafo. Afirmo que la policía saldrá seriamente dañada de estos episodios porque algunos de sus miembros han sembrado desconfianza y odio con sus procederes. Las denuncias de abuso de la fuerza, que se traducen en homicidios, heridos, desaparecidos, mujeres abusadas sexualmente, que pesan sobre varios de sus integrantes, afectan el ADN de la institución que es la confianza y respetabilidad ciudadanas, deben ser castigados. Existe otro factor que conspira contra su imagen y credibilidad, y es que un sector político, descarada e irresponsablemente, intenta apropiarse de ella y del Ejército, con refritos conspirativos y paranoicos. La violencia de la mitad del siglo pasado se agudizó por la politización que hizo Laureano Gómez de la policía. Recuerden los ‘chulavitas’. Es jugar con candela. Ésta tiene que ser políticamente neutral, ofrecer garantías para el ejercicio de todos los derechos ciudadanos.
Se equivocan de cabo a rabo quienes afirman que está mal denunciar los abusos de la fuerza pública. Se equivocan también quienes, con oportunismo electoral, proponen marchas para respaldarla, como si hiciera falta. Las fuerzas armadas nos pertenecen a todos. A ellas no les corresponde tomar partido ni juzgar doctrinas ni liderazgos políticos. Se avecina un período electoral que promete ser intenso y crispado. La mujer del César no solo tiene que serlo sino parecerlo, tienen que ser neutrales, y mal estamos si la juventud ve en el policía y en el soldado a un enemigo. Y puesto que el Ministro de Defensa tiene otras prioridades, el Director General de la Policía debería diseñar y poner en marcha una estrategia de control de daños que reconcilie la policía con quienes han salido a protestar, independientemente de que crea que tienen o no razón. Hay que defender a la policía, la inmensa mayoría de sus integrantes son abnegados hombres y mujeres que sirven dignamente a este país. A esta institución la necesitamos todos. Y en ese todos están los manifestantes.
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