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Las primeras jornadas de protesta fueron contra el proyecto de reforma tributaria, que gravaba con IVA la canasta familiar, incluidos los servicios públicos, y ponía a tributar por las pensiones de jubilación. Carrasquilla logró poner de acuerdo a casi todo el mundo en su contra, incluso a los estratos más altos, que criticaban el impuesto al patrimonio para las fortunas de más de 5.000 millones de pesos, la principal preocupación de Germán Vargas Lleras. Caídos la reforma tributaria y su autor, la protesta derivó hacia el proyecto de reforma a la salud, y aunque mantuvo cierto respaldo ciudadano comenzó a perder fuerza. Sin embargo, la arrogancia del Gobierno y la violencia contra los manifestantes se encargaron de mantener vivo el Paro. Entonces, el debate se centró en los abusos de la fuerza pública y la violación de derechos humanos. Por otra parte, el Centro Democrático vio una oportunidad de oro para agitar la siempre taquillera bandera del orden y de falta de autoridad, así como para reconstruir un ‘enemigo’ político de cara a las elecciones del año entrante. A partir de esto, el Paro quedó totalmente politizado, el Comité del Paro se dejó arrastrar por el turbión político, creyó que su papel era gobernar desde la calle y plantear la agenda esencialmente gubernamental, ignorando que para gobernar, primero hay que ganar las elecciones.
Para ese momento ya los demonios de la ira popular estaban casi fuera de control. Cali fue el laboratorio del descontrol y marcó un momento de inflexión, así nacieron ‘Puerto Resistencia’ y la ‘Primera Línea’. La lucha callejera le dio sentido a las vidas de muchos jóvenes excluidos que sienten que no tienen absolutamente nada qué perder, dispuestos a desafiar la Policía, el Covid-19 y todo cuanto huela a una institucionalidad que consideran corrupta y al servicio de intereses electorales, familiares y de grupos económicos. Los bloqueos de vías hicieron impopular la protesta, así como los saqueos a establecimientos comerciales. Por supuesto que en muchos de los actos de vandalismo existen sombras, no son atribuibles a la protesta ciudadana sino a fuerzas que se mueven en la penumbra. Lo que está sucediendo dejará hondas fracturas sociales, y costará muchos años en sanarlas.
El país no ha ganado nada. Seguimos teniendo una historia triste, llena de muertos y desaparecidos inútiles, nunca sabremos cuántas personas han perdido su vida en estas protestas. El récord en derechos humanos es deprimente, volvimos a ser la Colombia paria y violenta, una vergüenza en el plano internacional. Perdimos lo poco que ganamos con el proceso de paz. Adicionalmente, los colombianos estamos más divididos que nunca. Y ni qué decir de la economía. La conducción del Paro ha sido errática, igual que la respuesta del Gobierno, arrogante y tratando de hacer de la gestión de la crisis una política pública. La frustración que deben estar experimentando muchas personas en las barriadas más pobres de diferentes ciudades del país es inmensa. Han podido comprobar que no le importan casi a nadie. Sus manos continúan vacías. Es una historia triste.
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