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El centro de la ciudad está poblado de mercaderías ambulantes y personas humildes que viven del rebusque o la limosna. Nuestro interés era que Juan Manuel apreciara la informalidad económica local y cómo muchas personas, asoladas por el desempleo, deben ganarse el pan de cada día. Sin embargo, de ese bazar persa comenzaron a aflorar los recuerdos y la gratitud popular. El momento que más impactó fue cuando escuché a un hombre de la más humilde condición, decir a un amigo: “Mire, sí, es el hijo del finadito.” No hay espacio para narrar lo escuchado y visto, solo puedo asegurarles con honradez que en los ojos de todas esas personas había cariño y gratitud hacia el inmolado líder del Nuevo Liberalismo y al mismo tiempo nostalgia por lo que alguna vez significó el partido liberal.
Este partido caló de una manera tan profunda en la entraña popular que muchos de sus militantes estaban dispuestos a morir por defenderlo e incluso a matar si era preciso. Con el conservatismo protagonizó una larga noche de horror inducida desde las élites. Es una historia suficientemente documentada. ¿En qué se han transformado estas colectividades cuya historia está teñida de sangre y lágrimas? En asociaciones politiqueras, cuyos dirigentes chupan como sanguijuelas el presupuesto público. Antes que partidos parecen asociaciones para delinquir, sin ninguna visión de sociedad y estado, reverentemente dispuestos a servir a los grandes conglomerados económicos y no a los votantes a los que se deben. Colombia vive uno de los momentos más difíciles de los últimos cien años. Tal vez nunca había sido tan necesario contar con organizaciones políticas, modernas y democráticas, capaces de construir una era de paz y prosperidad para todos. Hace tiempo dejé de creer en los iluminados. William Ospina dijo en cierta ocasión que nadie es hijo de una revolución ajena, y que no bastaba con repetir divisas como la de los revolucionarios franceses, “libertad, igualdad y fraternidad”, para que se hicieran realidad, sino que había que llevarlas a la práctica, lo cual sólo podría lograrse por decisión de los propios ciudadanos.
La caminata con Juan Manuel Galán me permitió comprobar que existe un fuerte sentimiento liberal a espera de una nueva propuesta acorde a las necesidades y desafíos de los tiempos actuales. Ratifiqué que hay más liberalismo que partido. Confío en que haya ciudadanos y líderes dispuestos a escribir una nueva historia para merecer el cariño, la confianza y el respeto popular, que deben ganarse todos los días, si se aspira a que sean para siempre. Hay que volver a la calle y sintonizarse con las aspiraciones de la gente. He ahí una tarea. Nada fácil, por supuesto. Pero digna de todo esfuerzo y sacrificio colectivos.
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