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Esa semana estuve en el municipio de Coello en una actividad organizada por la Academia de Historia del Tolima y la Galería de Arte La Puerta Azul en la I.E. Simón Bolívar. En su intervención, Hernán Clavijo, presidente de la Academia, les dijo a los muchachos que creía estar hablándoles a futuros alcaldes y gobernadores, y quién sabe si también presidentes. Una jovencita que estaba a mi lado se sonrió y movió la cabeza en sentido negativo. ¿Por qué dices que no? Le pregunté. “Jamás me meteré en política”. ¿Y eso? “Porque es mala. Todos son ladrones”. Intenté decirle que ella definía la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, etc. La joven siguió negando con su cabeza, con absoluto convencimiento. Nada qué hacer.
Sin proponérmelo, me devolví al bachillerato. En esos días, muchos jóvenes querían hacer política y cambiar al mundo, ser como Gandhi, o como Castro; imitar a Camilo Torres o al Che Guevara; a Mao, Trotsky, Allende o Kennedy. Otros cuestionábamos los “sistemas”. Había para todos los gustos. Aún se oían los ecos de Mayo del 68 en Francia y del Festival de Woodstock en el 69; “Hacer el amor, no la guerra”. “Prohibido prohibir”. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Idealismo en estado puro. Piero componía canciones para burlarse de los “Americanos”, y “Pablus Gallinazus” cantaba la Mula revolucionaria. También existían corruptos y politiqueros, pero no eran tantos. No pretendo hacer una apología de esas generaciones, ni idealizarlas, equivocadas, o no; con razón o sin ella, en su imaginario subyacía salvar el mundo. Ahora la mayoría quiere cosas más terrenales. Les seduce la ropa, los relojes y las zapatillas de marca. Por eso necesitan llenarse las alforjas. Plagian tesis de grado, copian programas de gobierno, compran votos y líderes al mejor estilo de Aida Merlano y Álex Char. Tiene razón ‘Camila’ en repudiar la política. Por sus mismas razones, muchas personas le dan la espalda y huyen asqueados cuando se asoman a ella.
En las últimas semanas, me he dedicado a revisar periódicos de cincuenta años e inclusive de cien, cuando se hacía política en torno a ideas y programas, sin necesidad de avales para participar en elecciones, pues eso dependía de la gente, no de jefes de pacotilla. No había leyes prohibiendo la “doble militancia”, ya que esta era impensable. Hoy los políticos desbaratan las coaliciones con la misma facilidad con que las arman, son tan firmes como la gelatina. Dan y quitan apoyos. Un día con uno, al siguiente con otra. Se imponen la componenda, el truco y la billetera. Petro ha debido empezar por ahí, por regenerar la política. Aún puede hacerlo, ojalá lo intente. Hay que ir a la raíz de los problemas, urge un Nuevo Radicalismo.
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