PUBLICIDAD
Repasen ustedes los hechos más sobresalientes de los que se acuerdan, y me dirán si tengo o no razón. No comiencen desde muy atrás, no sea que surja una pulsión suicida. De la Rebelión de los Comuneros solo se cuenta la traición de Berbeo, Plata y Monsalve, y el descuartizamiento de José Antonio Galán. Pueden seguir después del 20 de julio de 1810, con las discrepancias entre Antonio Nariño y Camilo Torres, que condujeron a la primera guerra civil, y a ese período que Nariño mismo llamara, equivocadamente creo yo, ‘Patria Boba’, que derivó en la reconquista de Pablo Morillo y en el fusilamiento de lo más preciado de la intelectualidad neogranadina.
Del siglo XIX prevalecen los enfrentamientos entre Bolívar y Santander y una larga sucesión de guerras civiles, así como durante el XX prevalece la historia de la violencia política y el conflicto armado.
La historia de Colombia pareciera, entonces, una recopilación de días trágicos. El día que mataron a Uribe Uribe; el día que mataron a Gaitán; el que mataron a Galán, el que mataron a Pizarro, a Jaramillo, a Guillermo Cano, a Gómez Hurtado y un largo etcétera de días infaustos e inolvidables, como los de las 6.402 muertes que se dieron con los ‘falsos positivos’.
¿Debemos olvidar estos episodios? No. ¡Claro que no! Digo que, además de esto, también han sucedido hechos positivos dignos de ser contados y enseñados. No es bueno ni saludable escribir solo la crónica de la derrota. García Márquez, que es y seguirá siendo durante años la cumbre de nuestra literatura, sucumbió a esa trampa, por eso su obra es una crónica de traiciones y maltratos, de amores tristes y contrariados, de muertes anunciadas y de un pueblo sin segundas oportunidades.
Esta reflexión me viene a la cabeza a raíz de la decisión del presidente Petro de declarar el 19 de abril como el día de la rebeldía, para recordar el robo de las elecciones a Rojas Pinilla, lo cual desembocó en el nacimiento del M19, como si hiciera falta. Esa oscura página ya está escrita y es imborrable. Me parece un error, pues solo contribuye a reforzar esa visión catastrófica de la historia nacional. Tenemos que escribir una nueva narrativa de la que él puede ser un gran protagonista, basada en un reformismo democrático.
La de la reforma a los sistemas de salud y de pensiones, al régimen laboral, a la administración de justicia y el régimen político electoral. Es esto lo que anhela el país. Petro tiene claro el diagnóstico de los problemas, e incluso buena parte de las soluciones, pero se equivoca en la narrativa.
Tenemos que hacer un país grande en el que quepamos todos, y para ello es preciso suturar las heridas y soldar las fracturas, más que profundizar en ellas. Es esto lo que puede permitir reconciliarnos, vivir completamente en paz y profundizar en la democracia. En esto también consiste el cambio.
Comentarios