Kamala Harris y la metamorfosis americana

Guillermo Pérez Flórez

Aún es pronto para saber quién ganará la presidencia en Estados Unidos, dado el dinamismo de la política, pero no para decir que su sociedad está inmersa en una metamorfosis. Se está transformando étnica, social, cultural y políticamente.
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Kamala Harris podría pasar a la historia como la primera mujer en llegar a la presidencia, y la primera afroamericana e indoamericana y de raíces caribeñas. Es decir, no solo rompe el “techo de cristal” del que habla Hillary Clinton (quien venció en las urnas a Trump), sino los moldes tradicionales, pues sería una presidente sin hijos biológicos. Un caso raro. De los 46 que ha habido en ese país, solo cuatro (Washington, Madison, Polk y Buchanan, en el siglo XIX) no han tenido hijos. Para completar la mixtura cultural, su marido, Douglas Emhoff, es judío y la boda, celebrada por su hermana, Maya Harris, incluyó elementos del rito judío. La suya no es la imagen de una típica ‘gringa’. Podría pasar por india, por jamaiquina o cubana.  

La eufórica Convención Demócrata de esta semana mostró ese nuevo rostro de nación policromática, un archipiélago de minorías sociales, culturales y políticas. Una nación de blancos, latinos, afros, asiáticos, creyentes y no creyentes, judíos, cristianos y musulmanes; heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transexuales y de otras identidades. De animalistas y ambientalistas. Es el auténtico ‘melting pot’. Es la unidad en la diferencia, que expresa diversas formas de ser ‘americano’, un mosaico cultural. En colombiano se diría que es un ‘salpicón’. La metamorfosis se aceleró tras la presidencia de Barack Obama, vibrantemente ovacionado en la convención, como su esposa Michelle, el presidente Joe Biden, los Clinton, el senador Bernie Sander, y la periodista Oprah Winfrey, quien introdujo un valioso matiz de ética política, al decir que una cosa es Trump y otra sus seguidores. “Tus vecinos no son tan diferentes a ti”.  

Donald Trump representa a los viejos EE. UU. de blancos, anglosajones y protestantes, sintetizado en el acrónimo WASP (por sus siglas en inglés, White, Anglo-Saxon Protestant). El país del pasado. Su xenofobia, su odio a los inmigrantes, es una negación de su mito fundacional. Olvida que sus padres y las dos esposas que ha tenido también lo son. Parece del Ku Klux Klan. Un hombre tribal. Muros, expulsiones, discriminaciones. Es homofóbico y negacionista del cambio climático. Está nervioso, la sustitución del candidato demócrata lo tiene descolocado. Le ha dicho a Kamala, “loca, comunista y fea”. Comienza a portarse como un mal perdedor.

Si Kamala gana tendríamos presidentas (ella y Claudia Sheinbaum, la sucesora de AMLO) en dos países de profunda cultura machista. Un fuerte golpe al patriarcado. Su deconstrucción ha sido una larga marcha de muchas mujeres, anónimas, la mayoría, celebérrimas, otras. En principio, la política cambia cuando cambia la sociedad, y las transformaciones que se están viendo podría interpretarlas mejor Kamala. Sin embargo, cualquier cosa puede pasar. En México el cambio se produjo al octavo intento. Ahora bien, pase lo que pase en noviembre, la metamorfosis parece ser irreversible. La oruga está a punto de convertirse en mariposa. Ya veremos qué tan avanzada está esa transformación, y qué tan fuertes son las fuerzas opositoras. Hoy se ven con nitidez dos ideas distintas de EE. UU., como quizás no se veían desde la abolición de la esclavitud en el siglo XIX, y la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, o la guerra en Vietnam, en el siglo XX.

 

Guillermo Pérez

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