El reino de los cacos

Guillermo Pérez Flórez

Seguramente no es la primera vez que lo digamos, ni tampoco la última: al Estado colombiano se lo tragó la corrupción.
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Es un cuerpo del que, por donde se le presione, sale pus. Está podrido. Las denuncias del director del Departamento Nacional de Planeación (DNP), Alexander López, sobre la pérdida de 12 billones de pesos con proyectos sobre regalías no pueden pasar inadvertidas. No es un caso más. No. Es la prueba reina de hasta dónde la corrupción se ha apoderado del Estado.

Según López, 2.094 proyectos del Sistema Nacional de Regalías, no cumplieron sus obligaciones contractuales y el dinero se perdió. El presidente Gustavo Petro lo ha calificado como el “robo del siglo”, pero sería más propio decir que llevamos un siglo de robos. Es tal magnitud la corrupción, que en Wikipedia hay un registro cronológico de los casos más protuberantes. Cualquiera puede consultarlo. Lo hice y quedé descorazonado. Algunos escándalos ya se me habían olvidado. Dragacol, Chambacú, Foncolpuertos, Agro Ingreso Seguro, Commsa, Invercolsa, y un largo, larguísimo etcétera.  La pregunta correcta es por qué sucede esto, una y otra vez. Mi respuesta es que tiene un componente estructural (no único), es decir, así funciona nuestra “democracia”. Es parte de lo que Álvaro Gómez llamaba el “régimen”. Un entramado de relaciones políticas, mercantiles y sociales que los sostienen.

La corrupción es la gasolina que mueve el aparato estatal. Lo que garantiza la ‘gobernabilidad’. Si se quiere desmontar este engendro hay que reformar el sistema político y electoral. Desde luego no hay nada que blinde o vacune contra la corrupción, que es multicausal, pero el actual la estimula, la reproduce. Es corrupto y corruptor. Parece hecho para que al poder lleguen, fundamentalmente, los cacos. Hay excepciones, por fortuna, pero éstas sólo confirman la regla. No logro entender por qué razón este gobierno no ha presentado un proyecto de reforma. Los colombianos estamos desmoralizados. Desmoralizados de ver cómo los cacos siguen medrando a costa del Estado, sin que nada les pase, y de ver que cuando son descubiertos piden principios de oportunidad, carros blindados, escolta y protección para ellos y sus familias. Está bien que se denuncie a los corruptos, como lo acaba de hacer López. Esa, sin embargo, es la mitad de la tarea. Derrotar la corrupción es el mayor acto de justicia social que pueda haber, millones de personas humildes esperan oportunidades de estudio, de trabajo o para emprender.

Colombia, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), ocupa el puesto número 34 entre los países con más empresas en el mundo, y cuando se analiza el tejido empresarial se descubre que el 99,6% son microempresas, con menos de diez empleados. El nuestro es un pueblo trabajador, creativo y con capacidad de riesgo, que no espera vivir de los contratos con el Estado ni de explotar rentas y privilegios. Hay miles de empresas que jamás tienen la posibilidad de contratar con el Estado porque las licitaciones están amarradas. Así es la corrupción.

Mi voz es muy débil. Estas breves notas las escribo para dejar constancias. Sé que en el “reino de los cacos” tendría más posibilidades Diógenes con su lámpara, de encontrar hombres honestos, que yo de ser oído. Aun así, hay que persistir. Quién quita que algún día el caballo aprenda a hablar.

Guillermo Pérez Flórez

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