La vorágine y el centenario de nuestra vorágine nacional

José Javier Capera Figueroa

En este año del Señor de 2024, cuando celebramos el centenario de "La vorágine", esa joya literaria que José Eustasio Rivera nos legó, no puedo evitar pensar que Colombia sigue siendo la misma vorágine que se tragó a Arturo Cova y Alicia en las profundidades de la selva amazónica.
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Hace un siglo, Rivera nos narró las desventuras de estos amantes fugitivos, testigos involuntarios de la crueldad sufrida por indígenas y colonos durante la fiebre del caucho. Hoy, cien años después, ¿qué ha cambiado realmente? Nuestros indígenas siguen atrapados en el fuego cruzado de las élites, como si el tiempo se hubiera detenido en las páginas de aquella novela.

"La vorágine" no es solo una obra maestra de la literatura colombiana; es un espejo que refleja nuestra incapacidad crónica para asumir nuestro territorio, nuestra vinculación salvaje con el capitalismo internacional, nuestra depredación feroz de la naturaleza y nuestro talento innato para el exterminio masivo de seres humanos. ¡Vaya código cultural el nuestro!

En mi andar por los pasillos de la academia, siempre he intentado fomentar el debate con el radicalismo de las ideas. Sí, lo sé, no es la manera más diplomática de hacer las cosas, pero ¿qué quieren que haga? Es un método que ha dado resultados. Por eso no me han bajado de bellaco en el ámbito académico-literario, ni de intelectual sin mesura en los círculos universitarios nacionales e internacionales. ¡Qué le vamos a hacer! Uno es como es y la vorágine académica me ha tragado así, sin filtro y sin caucho.

Pero volvamos a nuestros indígenas, esos eternos protagonistas de nuestra vorágine nacional. Siguen ahí, resistiendo como pueden, atrapados entre la espada de la "civilización" y la pared de la selva. Ya no es el caucho lo que los amenaza, ahora son el narcotráfico, la minería ilegal, los "proyectos de desarrollo" y la indiferencia generalizada de una sociedad que los ve como piezas de museo.

Y es que, queridos lectores, aunque el indio sea indio, el pobre está sometido al exterminio. Ya no es cauchero, pero sigue siendo de su existencia. Como diría mi amigo Arturo Cova si pudiera levantar la cabeza: "¡Caramba! Cien años y seguimos en las mismas. ¿No les da vergüenza?"

En fin, aquí me tienen, intentando no ser devorado por la vorágine de la mediocridad intelectual, lanzando ideas como quien lanza piedras a un estanque, esperando que las ondas lleguen a alguna orilla. Y si no llegan, pues al menos habré hecho olas.

Porque, mis queridos amigos, en este país donde la realidad supera a la ficción, donde "La vorágine" sigue siendo un reflejo demasiado fiel de nuestra realidad, solo nos queda reírnos para no llorar. O llorar de risa, que al fin y al cabo, es lo mismo.

Y ya que estamos, les dejo con este chistecito que resume nuestra situación: "¿Sabes por qué los indígenas colombianos no juegan al escondite? Porque cada vez que se esconden, les encuentran petróleo, oro o coca en su territorio".

Así que ya saben, si un día me pierdo en la selva como Arturo Cova, no me busquen. Probablemente estaré escribiendo la secuela de "La vorágine" titulada "El mismo cuento, cien años después". O tal vez esté discutiendo con los espíritus de la selva sobre la dialéctica hegeliana y su aplicación en la cosmovisión indígena. En cualquier caso, estaré en mi salsa, perdido en la vorágine de las ideas y la crítica social.

Hasta la próxima, si la vorágine no me traga antes.

José Javier Capera Figueroa

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