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"Las personas se convierten en los relatos que escuchan y en los relatos que cuentan". Quizás, entonces, la máxima libertad reside en elegir qué pensar, qué recordar y qué decidimos narrarnos. Pero aunque todos tenemos ese poder, muchas veces se nos olvida utilizarlo. Si somos, la historia que nos contamos, me da dolor oír con frecuencia en Ibagué, que esa historia suena a resignación: “Aquí no se puede. Aquí no pasa nada. Es muy difícil sacar las cosas adelante”.
Nos hemos acostumbrado a este relato como si fuera un destino inevitable. Pero, ¿qué pasaría si lo cuestionamos? ¿Si entendemos que esa narrativa no solo refleja lo que somos, sino que también condiciona lo que podemos llegar a ser? Las palabras no solo describen el mundo, lo construyen. El lenguaje no solo refleja la realidad, sino que la crea. En ese sentido, repetirnos una y otra vez que estamos condenados al estancamiento no es inofensivo: es la receta para perpetuarlo.
Ibagué es la suma de todos nosotros los ibaguereños. Y aquí surge una pregunta clave: ¿qué estamos haciendo, cada uno de nosotros, por este lugar en el que nacimos, queremos, que nos da sustento, donde vive nuestra familia? Actuar en el espacio público nos define como ciudadanos, pero hemos delegado esa responsabilidad, como si la ciudad fuese un ente ajeno, algo que ocurre “allá afuera”.
Cambiar la narrativa no es un acto ingenuo, es un acto profundamente político. Otras ciudades han demostrado que es posible. Medellín, por ejemplo, pasó de ser una de las ciudades más peligrosas del mundo en los años 90 a convertirse en un referente global de transformación urbana. ¿Cómo lo logró? Invirtiendo en cultura, educación y espacios públicos, pero también a través de un cambio de narrativa. Dejó de contarse como una ciudad condenada para imaginarse como una ciudad posible.
¿Qué nos impide hacer algo similar en Ibagué? No son los problemas –que los tenemos, como cualquier ciudad–, sino nuestra incapacidad para reconocernos como parte de la solución. La diversidad de perspectivas en cada barrio, vereda y comunidad es una riqueza subutilizada. Necesitamos detonar conversaciones que nos permitan escucharnos y construir juntos. La verdadera participación ciudadana no consiste en ser escuchados de manera simbólica, sino en tener poder real para definir el rumbo de nuestras comunidades.
No se trata de romantizar ni de desconocer los retos: el desempleo, la movilidad deficiente, las brechas en educación son reales. Pero resignarnos a estas dificultades sin aportar soluciones es un lujo que no podemos darnos. La historia de Ibagué está en nuestras manos. Cada acción –por pequeña que parezca– contribuye a escribirla.
¿Qué significa esto en la práctica? Primero, reflexionemos sobre nuestra relación con la ciudad. ¿Qué he hecho yo por Ibagué? ¿Qué puedo hacer para que sea un mejor lugar para mis hijos y nietos? Y segundo, comprometámonos a no perpetuar discursos derrotistas. En lugar de decir “en Ibagué no se puede”, preguntemos: “¿Qué necesitamos para que sea posible?”.
Hoy, más que nunca, Ibagué necesita de nosotros. No de la queja, sino de la acción. No de la resignación, sino de la posibilidad. Ibagué no es un ente abstracto. Ibagué somos tú, yo y todos nosotros.
Empezemos una gran conversación sobre Ibagué, sobre lo que nos desafía y lo que nos une. Conversemos, encontrarnos en puntos comunes y debatir las diferencias. Si te interesa, dejanos en este forms tus percepciones y contacto y comparte con mas ibaguereños. Unamonos para cambiar esta conversación**
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