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Para proteger a todos los residentes en Colombia “en su vida, honra, bienes y creencias” están instituidas las autoridades (Ibidem) Prevarican gravemente, por lo tanto, cuando sus decisiones lesionan esos bienes que deberían tutelar, o sus omisiones dan ocasión a que otros atenten contra ellos.
Carece de todo fundamento el hablar de cualesquiera otros derechos si se ha negado o conculcado aquel del que todos emanan: el derecho a la vida. La vida que, según nuestra Constitución, “es inviolable” (art. 11), y de la cual afirma la Convención Americana de Derechos Humanos : “toda persona tiene derecho a que se le respete la vida, a partir del momento de la concepción”.
Ustedes, señores parlamentarios, están ahora ante una decisión de incalculable trascendencia y hondísimo significado humano, social, político y ético: la de tomar posición frente a la eutanasia. El ministerio de Salud, anticipándose a los hechos y cediendo abyectamente a presiones indebidas, estableció hace poco, en su Res. 971, algunos requisitos para que los médicos y las instituciones de salud practiquen ese crimen. Y ahora, sobre ustedes, únicos legisladores, gravita la inmoral presión de la Corte Constitucional, que no solamente se arroga funciones legislativas que no son suyas, sino que se atreve, insolente, a recordarles a ustedes cuál es “su deber”; y, transgrediendo todos los límites, dictamina que para que el médico, a petición de un enfermo, lo mate, o le ayude a suicidarse, ya ni siquiera es necesario el peligro de muerte sino que basta que exista una enfermedad que cause graves dolores o sufrimientos. Realmente, ¡es el colmo de la avilantez y de la desmesura! ¿Qué se creen? ¿Se darán cuenta los desalumbrados - ¿o más bien perversos- señores de la toga, del abismo de barbarie a la pueden precipitarnos?
La Iglesia católica tiene, y no puede ceder de ellas un ápice, una certeza y una posición inequívocas; que aparecen sin resquicio de duda en estas palabras del Catecismo: “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador” (2277) Yo sé bien, señores congresistas, que no todos ustedes adhieren a la Iglesia católica; pero sí son representantes de todos los colombianos, cuya inmensa mayoría es católica. Y eso, por supuesto, ha de tenerse en cuenta. Y es que, además, el homicidio es en sí mismo un atentado contra la ley natural; el “no matarás” del Decálogo, simplemente sanciona ese precepto de ley natural que es claro a la luz de la razón.
Señores parlamentarios: por encima de las insolentes órdenes de una corte espuria y arbitraria, en nombre de la innegable mayoría de los colombianos a quienes ustedes representan, les pido que rechacen el malhadado e impío proyecto con que se pretende legitimar el asesinato.
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