¿Por qué es importante y necesario que eduquemos a nuestros hijos a través de los valores?

La vida de nuestros hijos fluye con tanta facilidad: su infancia, su adolescencia, su pubertad; todo es tan excepcional, que incluso antes de que salgamos de nuestro asombro ellos alcanzan metas inimaginables.

Estas palabras son preciosas, pero lamentablemente no abarcan el todo ni son  gratuitas. Para alcanzar esta premisa de victoria es necesario transmitir valores a los hijos para que ellos aprendan igualmente dar valor  a los demás y a sus propios comportamientos, como regla  esencial de convivencia.

¿Qué es entonces el educar en valores?

Es lo más sencillo, bonito y quizás más fácil de hacer en la vida cuando el amor fluye: es el construir en ellos derechos humanos, es el educarlos con nuestro propio ejemplo; es enseñarles  cual es el verdadero valor y sentido de la vida, lo que la gente espera de nosotros y lo que podemos esperar de la gente; es predecirles lo que sucederá si hacemos a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos. Esta es la clave del éxito, es el  reto que exige la responsabilidad de ser madre y padre.  

¿Dónde queda entonces la responsabilidad de la escuela o el colegio?

La educación integral es una confluencia de personas, de experiencias, de conocimientos, competencias y potencialidades, y en torno a ella se mueven y promueven actitudes, solidaridades, compromisos y responsabilidades de toda índole: de la familia, de la sociedad, de las instituciones educativas, y del Estado. 

Pese a esta concurrencia, por mandato de la propia naturaleza, son los padres los llamados a construir vida. Quizás estas palabras suenen inciertas o irrelevantes, o no las escuchan, o las escuchan y no las ponen en práctica; pero no podemos descartar que los hijos son, en cierta medida el reflejo de los que son los padres. Ellos asimilan cuál es el sentido de la responsabilidad, cuáles son los valores y que tan consecuentes son sus padres con lo que ellos mismos predican.

La misión de ser madre y padre, entonces, es un encargo único por ser consecuencia de la creación divina y sublime de ser; un potencial, un compromiso indelegable, y a la vez un deleite  irrenunciable, porque los sueños y laureles son compartidos. 

Cuando somos conscientes que hemos emprendido el caminar dentro de esta misión nos apropiamos de esos logros como si fueran  nuestros propios triunfos. De ahí la sensación indescriptible que experimenté al ver la imagen de mi hija al recibir su título profesional, y bajo el efecto de esa escena que vislumbró la luz  que solo Dios proyecta a  quienes son sus elegidos, tuve un deseo sobre el cual seguiré trabajando incansablemente para hacer realidad: una verdadera política pública en educación, la cual concierte voluntades en todos los niveles, a través de convenios y alianzas, para que haya más inclusión de nuestros jóvenes, dentro de una educación no en valores, sino cimentada en  valores, donde el Estado asuma verdaderamente y sin dilaciones su cuota de adeudo.  

Credito
ROSMERY MARTÍNEZ ROSALES Representante a la Cámara

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