La explotación minera es quizá la actividad de mayor ascendiente en el proceso de la humanidad: se remonta a la edad de piedra y a la utilización de rudimentarias herramientas; fue la actividad económica que más impulso tuvo en la Colonia, ya que cualquiera podía poner a funcionar una mina a cambio de la entrega de un porcentaje de sus logros a la corona española; además se constituyó en el incentivo de la conquista y colonización de nuevos territorios.
Con este comienzo debemos dar especial relevancia a interrogantes sobre la explotación minera en los tiempos actuales, dentro del contexto demográfico medidor de la demanda de los recursos mineroenergéticos y con base en el avance tecnológico determinador de los impactos ambientales y sociales, ya que el sector minero en el mundo creció potencialmente en los últimos años.
Este impulso minero para la década de 1990, en América Latina, puso a Colombia en la articulación precisa en donde deja de ser un país con potencial en minería para ser un país minero, destino atrayente para las empresas extranjeras que jalonan este sector.
Situación ésta que ha generado posiciones antagónicas: para unos un buen augurio, factor de desarrollo o motor generador de riqueza y crecimiento económico, y para otros la muerte misma, porque con ella se está negociando el agua, se está negociando la vida.
¿Pueden coexistir la minería y el medio ambiente para que los impactos ambientales que se generen aseguren un sano equilibrio con el desarrollo?
Ante la perspectiva positiva y la perspectiva negativa planteada se debe enfocar la atención hacia el país que todos los colombianos quieren, sin deslumbramientos por la experiencia de aquellos países que han logrado un sólido desarrollo de la minería y que, al mismo tiempo, han alcanzado un adecuado nivel de crecimiento económico.
A Colombia le falta lo básico: no existen leyes sociales que regulen los intereses económicos, ya que las zonas que prometen riqueza se están reduciendo a ejes de conflicto y a ser víctimas de todos los impactos ambientales. Se debe levantar un nuevo paradigma de desarrollo que involucre la extracción de los recursos naturales con sustentabilidad de los diferentes ciclos ecológicos, no a cielo abierto, porque la minería a cielo abierto deja cráteres arruinando la belleza, genera deforestación y extermina la fauna y la flora, termina con el agua, no sin antes contaminar los ríos y las cuencas hídricas; y debe comprender, además, la inclusión social con equidad.
Sólo reconociendo la diversidad y complejidad del ecosistema y determinando lo que encarrilará las fuerzas sociales y políticas con cambios de actitudes, basados en parámetros humanos, se podrá hablar de Ética del desarrollo: para generar retos y focalizar la apuesta a una explotación minera responsable, entre las autoridades minero-energéticas y las ambientales; con disposiciones legales claras, permanentes y garantes de la seguridad jurídica frente a todo derecho fundamental.
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