Nuestro Panóptico: ¿historia de las penas perdidas?

Mauricio Martínez

Si estuviera funcionando el Panóptico de Ibagué, seguramente formaría parte del “estado de cosas inconstitucional” de las prisiones, declarado desde 1998 por nuestra Corte Constitucional. Pero ¡qué maravilla que, más bien, esté por terminar la restauración de este monumento que data de 1889! Es hora de que contribuyamos con este tipo de obras a enriquecer el patrimonio histórico, cultural y natural del nuevo Eje Cafetero, del que somos parte desde 2021, como departamento de mayor extensión, así como venimos haciendo con maravillas como los boques de palma de cera más grandes del país, el Cañón del Combeima, el Parque de las Hermosas, las cascadas de Payandé, y tantos otros monumentos de la cultura, la historia y la naturaleza que enriquecen la región.
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El Panóptico, monumento nacional arquitectónico y vestigio de la arquitectura carcelaria del siglo XIX, restaurado, tiene muy buenas perspectivas, integrando el corredor cultural existente, junto a la biblioteca Darío Echandía, el Jardín Botánico San Jorge, entre otros. Ello, además, por formar parte de la memoria histórica, no solo del Tolima, sino del país, pues sirvió de centro de concentración de muchos actores del conflicto armado y de la violencia padecida en los cincuenta. Aquella prisión, como otras de su especie, nacidas en Europa, tenía esta lógica de funcionamiento, en palabras de Foucault, “…el poder tenía que ser visible e inverificable…el detenido no debe saber jamás  si en aquel momento se le mira, pero debe estar seguro de que siempre puede ser mirado”.

También es importante porque integrará la “historia de las penas perdidas”, como llamó el amigo y profesor holandés Hulsman al dolor inútilmente infringido a aquellos seres humanos que vegetaron en el panóptico, como seleccionados entre tantos que hicieron lo mismo pero que no cayeron en las redes de la justicia. Sostenía el profesor, uno de los ideólogos de la justicia restaurativa en el mundo, que el dolor impuesto en cárceles, entre ellas los panópticos, es inútil, no contribuye  a la riqueza nacional; las llamó “penas perdidas” porque las teorías  que buscan legitimarlas  son pura ideología sin comprobación científica: nadie ha verificado que previenen la criminalidad, no compensa los daños sufridos por las víctimas, no es igualitaria porque a ella llegan sólo los más vulnerables,  etc.; en cambio, lo que si está comprobado es que su historia es de violación cruel de derechos humanos y de auto reproducción de la delincuencia. Cuando el filósofo inglés Bentham ideó los panópticos como una de las formas de ejecución de las penas de encerramiento, consideraba que la vigilancia total que dicho sistema penitenciario significaba, reportaría mayor disciplina para adaptar a los prisioneros al sistema económico naciente, que tenía en la fábrica el modelo de concentración de la mano de obra y de rendimiento económico.

Pero, ¡cuidado!, en la actualidad ese control y vigilancia permanente sobre los ciudadanos se extiende en el mundo a toda la sociedad, sin necesidad de encerrarla en un panóptico, a través de redes de inteligencia, satélites en órbita,  propaganda invasiva, noticias falsas, exacerbación del miedo al delito (histeria securitaria), etc.,  todo lo cual puede ser utilizado para buscar  unanimismo, contra la diversidad y el pluralismo democrático, como lo registró Orwel en su famosa novela sobre el Gran Hermano, 1984. ¡Qué bueno que al tener que repasar la historia de nuestro panóptico tengamos que releer a Bentham, a Beccaría, a Foucault, a Baratta, a Ferrajoli, a Zaffaroni, o a Reyes Echandía, entre otros!

MAURICIO MARTÍNEZ

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