En definitiva, la historia se escribe todos los días. Cristina Fernández de Kirchner (CFK), presidenta de Argentina, ha decidido hacer surf sobre las olas que comienza a desatar lo que podría denominarse el neonacionalismo. La expropiación de Repsol YPF sería sólo el primero de una serie de pasos, entre los que está, obviamente, la anhelada recuperación de las islas Malvinas. Dos asuntos que llegan a lo más profundo del corazón de los argentinos, como lo indican las encuestas y el multitudinario acto de apoyo que presidió CFK el pasado jueves, en el estadio de Vélez, frente a 60 mil personas.
En su discurso, allí CFK se pronunció en favor de “nuevas formas de participación y de intervención del Estado” y agradeció a los sectores de la oposición que respaldaron el proyecto de expropiación. “El consenso mayoritario de las principales fuerzas políticas de la Argentina que acompañaron al país, más allá de este gobierno -dijo- permitió la recuperación de YPF”. “Una empresa que es de todos los argentinos y para todos los argentinos”. Así, ante una multitud embriagada de nacionalismo y populismo, la Presidenta esbozó la ruta que seguirá su gobierno. A la nacionalización de Repsol podrían venir otras más, justamente para explorar lo que ella denomina “nuevas formas de participación y de intervención” del Estado y devolver poder a Argentina.
Pero el neonacionalismo no es un fenómeno exótico que anida sólo en América Latina. Es una corriente que comienza a abrirse paso en varias partes del mundo, entre ellas en los Estados Unidos y la Unión Europea. Es un efecto no deseado de la globalización económica, que golpea a los sectores mayoritarios y más vulnerables en casi todos los países. Si se examina el discurso del ultraderechista Frente Nacional en Francia, de Marine Le Pen, se encuentran afirmaciones cargadas del más rancio nacionalismo. “Fuera el euro, fuera los inmigrantes, prestaciones sociales sólo para los franceses”. Cabe recordar que dicha fuerza será la que prácticamente dirima la segunda vuelta en las presidenciales francesas, puesto que fue tercera detrás del candidato socialista, Hollande, y del presidente Sarkozy, y obtuvo 6.4 millones de votos. Marine Le Pen se autodefine como «la única oposición a la izquierda ultraliberal, laxa y libertaria».
Pero volvamos a América Latina. Se trata de un continente que ha tenido un futuro aplazado y que ahora, con el despertar del dragón chino, encuentra en los altos precios de las materias primas la oportunidad para proyectarse con fuerza en la escena global. De allí que el discurso de nacionalización de los recursos naturales tenga una acogida mayoritaria, como lo demuestran las encuestas en Argentina. El 75 por ciento apoya la expropiación. A la sesión del Senado en que se aprobó ésta no asistió para oponerse el expresidente Carlos Menem, antiguo padrino del neoliberalismo, quien en 1992 privatizó a YPF con el apoyo entusiasta del matrimonio Kirchner, valga recordar. Pero, como diría Juan Manuel Santos, sólo los estúpidos no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias. Y ahí está ahora CFK haciendo surf en los mares nacionalistas.
¿Qué viene? Impredecible. La VI Cumbre de las Américas en Cartagena sirvió para esbozar lo que será un interesante pulso regional entre dos escuelas, la de Santos y la de CFK, quien abandonó La Heroica sin despedirse, molesta porque éste nada dijo sobre las Malvinas en su discurso. Santos ofrece seguridad y estabilidad a la inversión extranjera, “aquí no expropiamos”, dijo al presidente Rajoy en Bogotá, hace unos días. CFK, se insinúa como la nueva voz de una izquierda nacionalista ante el ocaso de Chávez y el otoño ineluctable de los hermanos Castro. ¿Vivimos el tránsito del neoliberalismo hacia el neonacionalismo? Interesante.
CFK se pronunció en favor de “nuevas formas de participación y de intervención del Estado” y agradeció a los sectores de la oposición que respaldaron el proyecto de expropiación.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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