El presidente Santos podría estar comprándose un pequeño Vietnam en Cauca, y dándole una ventaja estratégica a las Farc; la población indígena - que nunca ha sentido afectos por esta guerrilla podría terminar enemistada y distanciada de la fuerza pública. Por esta vía el conflicto armado no estaría terminando sino volviendo a empezar, con un componente que lo haría más complejo. Invoco a Vietnam porque, guardadas las proporciones y el contexto, lo que les pasó a Johnson y a Nixon en EEUU, le podría ocurrir a Santos si no maneja con tacto el asunto.
En junio de 1965 el subsecretario de Estado, George Ball, firmó un memorando para el presidente Johnson en el cual afirmaba que, según el general de Gaulle, Vietnam del sur era un país abominable, desangrado por veinte años de guerra y con la gente asqueada de la misma, por lo que consideraba una causa perdida. Al otro día los asesores presidenciales lo trituraron. Para ese momento, EEUU tenía allí 72 mil soldados, pero a pesar de esto aún no era su conflicto. Johnson era reticente a involucrar a la opinión pública y al Congreso en el debate porque temía que esto los distrajera de lo que él consideraba era lo más importante: la agenda reformista interna, así que decidió cargar solo con los asuntos exteriores, en particular con la guerra en Vietnam.
Robert McNamara, secretario de Estado, escribió otro memorando y lo animó a seguir adelante, y le pidió aumentar el pie de fuerza a 450 mil o 600 mil soldados. Ese año Johnson envió 200 mil hombres. Tenía confianza en llevar a la mesa de negociación a Ho Chi Minh rápidamente y evitar que la opinión pública americana se fijara en ese asunto y discutiese sobre la guerra. Johnson creía tener “la llave de la paz” y decidió que Vietnam sería su guerra. A Nixon le pasó igual. También pensó que podía encontrar su propia solución a esa guerra, y la escaló más todavía, bombardeó a la neutral Camboya, que era uno de los santuarios Vietnam del Norte. El resto de la historia es conocida.
EE.UU. terminó saliendo con el rabo entre las piernas. La guerra causó la muerte de entre 3,8 y 5,7 millones de personas, la mayoría civiles, y es calificado como el conflicto más sangriento después de la Segunda Guerra Mundial. Johnson y Nixon pagaron caro el precio de actuar solos, de creer que podían doblegar militarmente a su enemigo y obligarlo a sentarse a la mesa de negociaciones, sin involucrar en la discusión a la gente.
El manejo que se le está dando al conflicto armado y a la situación en Cauca es esencialmente autocrático y está intoxicado por las presiones bélicas del uribismo. Santos no se atreve a intentar una política diferente por temor a las críticas de Uribe, y parte de un supuesto falso: el de que la seguridad democrática es una receta correcta. Es decir, más soldados y más policías, cuando lo que demuestran los episodios recientes de Cauca (Y Arauca y Putumayo) es precisamente todo lo contrario. El enfrentamiento con los indígenas es otra pata que le nace al cojo. Las fuerzas armadas no pueden actuar en Cauca como si fuesen una fuerza de ocupación. Santos debe abrir y propiciar un debate público sobre el conflicto armado interno, no se puede echar al hombro este asunto, los colombianos tienen derecho a saber cuáles son los verdaderos costos humanos, ambientales y presupuestales. Las recetas de fuerza están agotadas, es una necedad persistir en ellas.
Las lágrimas del sargento García no nos pueden doler más que la muerte de un indígena. El mismo sargento García reconoce que los paeces no están con las FARC. Hay que escucharlos más. Cauca podría convertirse en un pequeño Vietnam. Esta guerra no empezó ayer, hay que tener memoria.
EE.UU. terminó saliendo con el rabo entre las piernas. La guerra causó la muerte de entre 3,8 y 5,7 millones de personas, la mayoría civiles, y es calificado como el conflicto más sangriento después de la Segunda Guerra Mundial.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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