Es muy posible que Hugo Chávez vuelva a ganar las elecciones en Venezuela y conserve el poder por otros seis años, a pesar de que las encuestas (que las hay para todos los gustos) indican un resultado muy reñido y con una tendencia al alza de la intención de voto por Henrique Capriles. Pase lo que pase, hay un hecho incontrovertible e innegable: Chávez es un fenómeno político, un líder que para bien o para mal ya ha entrado en la historia venezolana, un líder, además, incombustible, como Fidel Castro, quien es, al fin de cuentas, su inspirador político.
Si yo fuera venezolano no votaría por Chávez. No sólo por razones de orden ideológico político (me resulta insufrible su propensión al estatismo) sino porque desapruebo las personas que se sienten insustituibles, con un apego desaforado por el poder y una tendencia a confundir su propia personalidad con la del país mismo. Catorce años en el poder me parecen una eternidad. Para ponerse en la piel de los venezolanos solo basta con recordar el estado de crispación que generó la posibilidad de que Uribe pudiera optar a un tercer mandato. Asfixiante y desafiante.
Ahora bien, dicho lo anterior, vale la pena reflexionar sobre qué hizo posible el surgimiento de Chávez. Históricamente ha habido dos venezuelas. Una, la Venezuela criolla que, como en Colombia, heredó el poder tras la independencia de España y gobernó durante 190 años casi. La otra, la Venezuela excluida y miserable privada de oportunidades de realización y bienestar. Durante muchas décadas esa segunda Venezuela vio cómo las elites políticas y sociales se repartían y robaban los chorros de petróleo que desde siempre han inundado a la cuna de Bolívar. Chávez supo interpretar a esa inmensa franja de venezolanos, la sedujo, le dio una identidad, la hizo sentir que también hacía parte del país y que tenía derechos y no sólo obligaciones. Logró tocar fibras sensibles, profundas, y gracias a ello conquistó el corazón de su pueblo.
Luego vino el intento de golpe en abril de 2002, y Chávez, por instinto de conservación, se radicalizó, comenzó a gastar a manos llenas para crearse una base social que lo apoyara y defendiera, se arrojó en brazos de los Castro y comenzó un periplo anti estadounidense que ahora busca matizar: “Si yo fuera norteamericano, votaría por Barack Obama”. Ha dicho también que aspira a tener relaciones “normales” con los Estados Unidos, a quien se le debe en buena parte su radicalización. La prueba de que con otro manejo otro Chávez hubiera sido posible es el presidente Santos, quien en buena hora marcó diferencias no sólo con Uribe sino consigo mismo e introdujo una variante diplomática que nos sacó del estado pre bélico en que nos dejó. Chávez puede jugar un papel muy importante en la construcción de la paz en Colombia, como en efecto lo está jugando, según se desprende de las conversaciones en La Habana. En ese orden de ideas, lo mejor para los intereses colombianos sería un triunfo suyo. Mientras él se mantenga en el poder tendrá enorme influencia sobre las Farc y podrá estimularlas para que se avengan a una negociación y abandonen la lucha armada de medio siglo.
Desde luego que Capriles también estaría dispuesto a colaborar con Santos, pero infortunadamente él no tiene nada qué ofrecerle a las FARC, como sí Chávez. La paz en Colombia depende mucho de la continuidad política tanto en Venezuela como en Estados Unidos. Vamos a ver qué sucede hoy con nuestro hermano país bolivariano, mientras llega noviembre.
La paz en Colombia depende mucho de la continuidad política tanto en Venezuela como en Estados Unidos. Vamos a ver qué sucede hoy con nuestro hermano país bolivariano, mientras llega noviembre.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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