Es difícil entender a los ‘americanos’. En algunas cosas son intransigentes. El debate sobre el control de armas es uno de esos asuntos tabú en la sociedad estadounidense. Tanto que a pesar de ser una cuestión prioritaria en razón al elevado número de muertes que anualmente se causa con armas de fuego (más que en ninguna de las guerras en las que EEUU ha participado), durante la pasada campaña electoral no se tocó. ¿Por qué? Porque es un asunto que divide al país de forma irreconciliable. Un sector de la sociedad no está dispuesto a permitir que el Estado le quite el derecho a portar armas. Esto hace parte de los mitos fundacionales sagrados de ‘América’.
Los partidarios de las armas de fuego, que son una amplia mayoría en los dos partidos políticos y también de la población, se aferran a la Segunda enmienda de la Constitución (la cual garantiza el derecho a las armas), que forma parte del llamado ‘Bill of Rights’, cuyos artículos del 3 a 12 fueron promulgados por el Congreso de los Estados Unidos el 15 de Diciembre de 1791. Parece ser que el origen de esta enmienda era el de garantizar los derechos de los ciudadanos a oponerse (incluso con las armas) a los excesos o abusos de un gobierno federal. Sin embargo, existe numerosa jurisprudencia del Tribunal Supremo que ha consolidado la interpretación de que la Segunda enmienda no solamente garantiza derechos colectivos o comunitarios sino también individuales. En particular, el de poseer y portar armas "para sus diversos usos legales".
El asunto es muy interesante porque plantea tesis medulares; una, que el Estado no puede estar por encima de la gente; y otra, que el primer obligado a defender su vida y la de su familia es uno mismo. Así, despojarse de ese derecho para resignarlo a favor del Estado es, de alguna manera, una claudicación. Se trata, vuelvo y repito, de un asunto mítico, que tiene que ver con los orígenes e inclusive con la propia geografía de los EEUU. En un país tan grande hay (¿o había?) lugares en los cuales es muy difícil demandar protección estatal. De allí la propensión a las milicias y a las armas. Hasta hace poco, en Arizona, uno de los estados más permisivos con las armas, estaba permitido llevarlas en sitios públicos, a condición de que estuvieran visibles.
Desde cuando ocurrió la masacre de Columbine (1999) se han registrado en EEUU 18 tiroteos indiscriminados con efectos mortales, cuatro más que en todo el resto del mundo. El más sangriento ha sido el de la universidad de Virginia Tech en 2007 en donde 34 jóvenes fueron acribillados por uno de sus compañeros. La masacre de Connecticut el viernes pasado volverá a encender la polémica de las armas, pese a que Obama ha dicho que no era el momento de abrir ese debate.
Desde mi perspectiva, el asunto debería trascender a esto. El dilema armas sí o armas no, es más bien falso, sería más pertinente preguntarse qué tipo de sociedad han construido que produce tales neurosis homicidas. Por favor no pasen por encima de la afirmación anterior, la de que en EEUU ocurren cuatro veces más masacres de esta clase que en todo el mundo. El dato es desolador. ¿Tendrá que ver con que es un país en el cual no se trabaja para vivir sino se vive para trabajar? No lo sé. Pero algo hay. Allí no hay tiempo para nada que no sea trabajar. No lo hay casi para hablar con los hijos, ni para comer, ni para amar, ni para leer. Se padecen períodos enfermizos de soledad y aislamiento. Hasta que llega el momento en que más no se puede y viene la tragedia. Es cuando las armas entran en acción. La cuestión es más compleja de lo que parece.
Es difícil entender a los ‘americanos’. En algunas cosas son intransigentes. El debate sobre el control de armas es uno de esos asuntos tabú en la sociedad estadounidense.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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