Ronald Reagan y Margaret Thatcher marcaron un antes y un después en la política mundial. Propusieron e impulsaron una agenda neoliberal cuya estela seguirían decenas de gobiernos e iniciaron una ola privatizadora que hasta nuestros días permanece como un dogma irrefutable para los sacerdotes de esa religión.
La ‘Dama de hierro’ fue un ídolo no solo en Inglaterra sino, además, en toda Europa. Sin embargo, la dimensión política de Reagan fue ampliamente superior, por la importancia de su país y por la decisión con la que enfrentó el comunismo y abrazó la causa de la libertad. Son históricas sus palabras en la Puerta de Brandemburgo en Berlín, dirigidas al jefe de Estado de la Unión Soviética: “Mr. Gorbachov, tumbe este Muro”. Nadie pudo imaginar en ese momento que dos años y medio después, el Muro sería derribado por la gente, ante la mirada impotente e incrédula del Gobierno de la República Democrática Alemana, RDA.
Esta semana he vuelto a Berlín. “He vuelto” es un decir, a decir verdad, es la primera vez que vengo, pero lo digo porque vine muchas veces en sueños, cuando la utopía del igualitarismo social nos hizo creer que de este lado del mundo estaba la razón histórica. Atravesar la Puerta y recordar lo que ésta significó durante 28 años ha sido una experiencia sobrecogedora. Pensar en los cientos de personas que perdieron sus vidas intentando saltar el Muro, y en los miles y miles de familias que vivieron largos años sometidas por un régimen sostenido a la fuerza. Desde esta perspectiva el siglo XX se ve como algo lejano y superado. ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo pudo la humanidad soportarlo?
Es la perspectiva que dan los años lo que permite juzgar los acontecimientos con algo de serenidad y objetividad. Atravesé Brandemburgo varias veces, quise imaginar lo que pudieron sentir los alemanes la mañana del 14 de agosto de 1961 y la tarde del 9 de noviembre de 1989. Me quise poner en sus zapatos, imaginar que del otro lado del Muro quedaban amigos, familia, una ciudad y un país. Quise imaginar cómo sería ver que el Muro, que tanto significado tenía, de un día para otro, de la misma forma como fue levantado, se vendría abajo, cual castillo de naipes. Lo intenté, y una sensación extraña me invadió. Han pasado otros 28 años, y aún son perceptibles las huellas de esa vergüenza histórica.
Alguien dijo, quizás el propio Marx, que la historia avanza a saltos. Ese día se cerró un capítulo y se abrió otro. Hubo un salto. Lo curioso de esta experiencia es que estando en Berlín, contemplando los vestigios de una época, vino a mi mente Reagan. Y me pregunté: cuánto tiempo habrá de pasar para que alguien con suficiente fuerza política y moral diga: “Mr. Trump, tumbe ese muro”. Quién iba a creer que sería un presidente republicano el encargado de traicionar el legado de Reagan y de imitar a un régimen totalitario. El Muro que separa a México y EE.UU. también caerá, y Trump pasará a la historia no como un gran líder, sino como un intrascendente neo-populista.
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