Santos y Juan Camilo Restrepo explican el paro por manipulaciones de distinto orden, cuento insostenible que implica considerar idiotas a los campesinos, indígenas, empresarios y jornaleros apostados en las vías. Otros pensamos que lo que precipita un fenómeno sin antecedentes es que en las zonas cafeteras cunde el hambre, el desempleo, la desesperanza y la irritación, por causa de varios factores: la baja simultánea, y en proporciones del 40 por ciento en cada caso, del tamaño de la cosecha y del precio interno de compra, que imponen producir a pérdida. La tormenta perfecta.
También cuenta en la gran fuerza del movimiento la insondable soberbia y torpeza con la que el gobierno ha respondido a las peticiones del Movimiento por la Dignidad Cafetera. Porque fue incapaz de entender lo que se venía y no tomó correctivos de fondo, a pesar de las señales: debates en el Congreso, plantones en varios departamentos y en Bogotá, un aviso pago en noviembre en El Tiempo que advirtió que iban hacia un paro, el casi inicio de un cese de actividades en el Huila y la movilización cafetera a Manizales en agosto, con treinta mil productores de todo el país y que acompañamos una decena de congresistas de todos los sectores políticos, la cual aprobó enviarle un petitorio a Santos, que este nunca respondió. Apenas 48 horas antes de la hora cero del paro el gobierno habló de reunirse con los líderes, pero con el propósito de sabotearlo.
Una vez iniciado un reclamo de tanta envergadura, Santos y el Ministro de Agricultura insistieron en su soberbia y torpeza: dijeron que solo hablarían con la Federación de Cafeteros, organización a la que precisamente no le hacen caso quienes decretaron el paro. También como provocándolos, anunciaron como “solución” una mal llamada Constituyente Cafetera, nombre rimbombante y falaz con el que intentan ocultar su carácter demagógico y que hace recordar al jefe de los bomberos que llega ante una casa en llamas y propone hacer un estudio. Para completar el absurdo, nombraron como encargado de darle salidas a la crisis general del sector a alguien tan fanático del dogma neoliberal que fue capaz de decir que “en todos los países exitosos se revalúa la moneda”, cuando la revaluación les quita en pesos a los cafeteros el 40 por ciento del precio de venta de su café en dólares y está destruyendo la totalidad de la industria y el agro nacional. Como de locos. Pero peligrosos, porque están en el poder.
Como otra astucia, dadas las circunstancias, Santos y Restrepo se empeñaron en exagerar las transferencias del gobierno al sector y quisieron obligar a los cafeteros a aceptar que esa suma tenía que ser suficiente, cuando la amplitud y fuerza de la rebeldía demostraba que no era así.
En el debate en torno al paro, la tecnocracia neoliberal –que no se gana la vida en el agro ni en la industria sino en la intermediación financiera– dice que los cafeteros, y resalta a los empresarios, son unos incompetentes que abusan del respaldo oficial. Varias cosas silencian: el problema del café no es sectorial sino nacional, las transferencias de los caficultores al país han sido mayúsculas, la ruina de hoy obedece a una revaluación que ningún esfuerzo personal puede remontar y los cultivos permanentes en crisis terminan por apresar en la sin salida a sus propietarios, también víctimas de que las tierras cafeteras no son rentables en otro producto.
Mientras escribo estas líneas, el gobierno, por fin, está negociando con los dirigentes de Dignidad Cafetera. Hago votos porque Santos acepte que le toca firmar un cheque importante a favor de los cafeteros. Y porque se inicie un gran debate en torno a si Colombia tendrá café, agro e industria o si se especializará en minería, como en la práctica proponen los partidarios del libre comercio.
Mucho de lo dicho atrás se cumple con los cacaoteros –además víctimas de las importaciones de cacao que les tumban el precio–, que también salieron a las carreteras, tras no atendérseles sus reclamos. El gobierno también debe darles soluciones efectivas.
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