Por el bien de todos

Rodrigo López Oviedo

Muchas son las líneas, párrafos y cuartillas que se han escrito y las imágenes y voces que sobre el coronavirus se han visto y oído. Minuto a minuto, incansablemente, todo lo relacionado con esta pandemia está siendo aprovechado por los medios, especialmente los televisivos, para llenar sus espacios, siempre con el convencimiento, acertado por cierto, de que encontrarán clientela abundante para su información.
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Las reacciones han sido variadas; unas de incertidumbre, otras de miedo y otras de incredulidad, sin que hayan dejado de presentarse quienes  piensan que detrás de tan apabullante cúmulo de información se esconde algún malévolo propósito, como por ejemplo el de tender un manto sobre hechos como el de la masacre de líderes sociales y exguerrilleros, la compra de votos con destino a un candidato que hoy es presidente y los audios, videos y fotografías que dan cuenta de la estrecha amistad entre políticos y miembros de la fuerza pública con personajes nada recomendables.

Tampoco han faltado quienes asocien el fenómeno con un complot internacional, incluso con la despiadada competencia chino-estadounidense, que, según dicen, ha llevado al imperio a crear el virus y sembrarlo en China para frenar la mayor competitividad comercial alcanzada por este país en las últimas décadas.

En medio de las anteriores reacciones, hay una que resulta particularmente dañina, pues lleva, sin medir consecuencias, a que bajemos la guardia. Quienes la defienden comparan este mal con otros que efectivamente cobran más vidas, el hambre entre ellos, para concluir que tantos recursos invertidos en la presente pandemia serían de mayor utilidad si se utilizaran en atender esos peores males.

Esta posición es absurda porque no toma en cuenta que el coronavirus es un mal que, si bien se puede controlar, que es en lo que se están comprometiendo las mayores inversiones, es de propagación espontánea y exponencial, capaz de sembrar un peligro cada vez mayor sobre la vida de quienes encuentre a su paso.

La sabiduría popular ha recomendado que, ante la duda, abstente. Este es un consejo que deberían acoger quienes propalan el anterior concepto, sobretodo en los momentos presentes en que ya las estadísticas comienzan a ser de espanto.

Los colombianos todos deberíamos asumir como propias las recomendaciones de los entendidos, así sea solo por si las moscas, entendiendo sobre todo que de la actitud que asumamos puede depender no solo lo que ocurra con nuestra vida, sino también con la de nuestros seres queridos. Este es un momento en que la responsabilidad por lo personal se debe extender hasta confundirse con nuestra responsabilidad social. Es un deber un poco difícil de cumplir, pero se puede.

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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