Para perpetuar el mandato y profundizar los cambios

Rodrigo López Oviedo

Cuando, transcurrido un buen número de años, los historiadores se apresten a examinar la personalidad y el gobierno de Gustavo Petro, una de las primeras conclusiones de que darán cuenta será la de la total consistencia política de este líder, en quien siempre encontraron una plena coincidencia entre los discursos que pronunciaba como congresista opositor y los de presidente de la República.
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En efecto, todos los discursos de Petro se han caracterizado por su invariable combatividad, su ataque frontal a la corrupción y, sobre todo, su constante compromiso con los más necesitados. Es decir, claros discursos de izquierda, así hayan carecido de indicios sobre alguna vocación socialista de este líder.

Contrario al entusiasmo que sus discursos generaban en las capas populares, los historiadores encontrarán que eran objeto del más áspero rechazo de las clases dominantes, las cuales consideraban, no sin razón, que de no controvertirlos, tales discursos podrían hacer mella en la pasividad de la población, merced a la cual amasaban esas tan altas ganancias que las mantenían en el podio mundial de las castas cuyos niveles de vida estaban más separados de los niveles del resto de la población, según lo mostraban año tras año los índices de Gini.

Desafortunadamente, dirán los historiadores, los discursos de Petro finalmente no guardaban correspondencia con sus realizaciones como mandatario, y esto porque, primero, no pudo contar con un Congreso en el que su bancada constituyera la fuerza mayoritaria; segundo, porque al no tener tal bancada, se vio obligado a hacer concesiones que terminaban desvirtuando grandemente los contenidos y propósitos de sus iniciativas; tercero, por no haber contado tampoco con un respaldo fervoroso de las masas en las calles y, finalmente, por la falta de una denuncia efectiva de parte de sus seguidores y del gobierno mismo a esa oposición que hipócritamente posaba de estar contribuyendo a hacer efectivos los cambios que tímidamente se operaban en el país, aunque solo daba el brazo a torcer ante los que no le significaran mayor pérdida en sus intereses y le permitieran seguir presentándose al electorado como políticos buenos, capaces de buscar soluciones a la problemática social y merecedores, por tanto, de continuar recibiendo su respaldo electoral.

Estos hipotéticos análisis de nuestros futuros historiadores corresponden a la impronta que estamos marcando en el presente, pero que por fortuna aún podemos redireccionar. Contamos con dos años para hacerlo; los mismos que, si lo hacemos, nos permitirán prorrogar el mandato de Petro, por sí mismo o por interpuesta persona, y darle posibilidades cada vez más ciertas a las transformaciones que tanta sangre, angustias y lamentaciones nos han costado a los colombianos.

 

Rodrigo López Oviedo

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