Durante el largo viacrucis del malogrado proyecto de reforma a la salud, los interesados en que nada cambie estuvieron pródigos en comentarios alusivos a que el sistema de salud marchaba maravillosamente y era uno de los mejores del mundo, al tiempo que los simpatizantes del cambio para que nada cambie aceptaban que sí, que había que cambiar, pero construyendo sobre lo construido, es decir, manteniendo incólume el régimen de explotación privada de los recursos públicos de la salud, que es lo que finalmente interesaba a los unos y los otros.
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Pues ahora, al lograr el archivo del proyecto y percatarse de la relativa soledad en que se encuentra el Gobierno, comienzan a reconocer que efectivamente el sistema de salud necesita una reforma, y que la están estudiando, ante lo cual deberíamos preguntarnos: si no les gustó la que recuperaba para la salud billonarios recursos que se embolsillan las EPS; si no les gustó la que pretendía llevar el servicio a lugares no rentables para tales intermediarias; si no les gustó la que extendía el derecho a la atención preventiva; si no les gustó una reforma así, ¿qué reforma pretenderán ahora conseguir y dónde irán a buscarla? ¿No será acaso a las mismas EPS, donde no solamente encontrarán el proyecto que les cuadre, sino también la financiación de las próximas campañas?
El envalentonamiento que se nos viene encima, y que tendremos que soportar ante todas las demás iniciativas del Gobierno, debe llevarnos a pensar en el cómo encarar tal situación, pues parece que las condiciones internas del Pacto no son buenas en muchos lugares. Ya en su piel comienzan a presentarse excoriaciones como producto del escaso avance en la materialización del programa de cambios, de la inconsecuencia de los aliados, de la deslealtad de algunos altos funcionarios, de las remanencias de corrupción heredadas del viejo establecimiento y, por supuesto, de las actitudes veleidosas, supremacistas, sectarias y carentes de empatía de algunos dirigentes.
Son, en síntesis, un conjunto de factores que se agravan al olvidar que, si bien hay unidad en torno a un proyecto de cambio, pocos están en él por mera disciplina partidaria y muchos sí como consecuencia de haber balanceado sus pros y sus contras, lo cual crea diferencias en el grado de entusiasmo y compromiso de cada quien, como también motivos frecuentes para el disenso.
No entender esto da lugar a que se ahogue la crítica y a no permitir que mediante ella se decanten las propuestas que den lugar a las decisiones que mejor contribuyan a acercar al Pacto y al pueblo a la concreción de los anhelados cambios por los que se está luchando.
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