Todo ello se reduce según algunos autores en que la esperanza y la confianza que tanto desbordó, derrochó y dilapidó occidente en los últimos dos siglos, se ha pasado al oriente.
También en la forma de buscar hacer las cosas mejor en este momento –en el aquí, hoy- y no en búsqueda de la recompensa futura en el más allá; tal vez producto del secularismo que allí se vive o de dejar de ver la trascendencia del ser como una barrera para el crecimiento económico por ser algo pecaminoso.
Se dice que aunque no son equiparables en todo, estas dos superpotencias tienen en común que en los últimos 20 años han crecido en todos sus indicadores por encima de un 10 por ciento al año. Porque como es lógico la China tiene un poderío en todas sus áreas dos veces superior al de la India.
Dicho esto, lo cierto es que su ascenso se debe a que aproximadamente 400 millones de personas en cada uno de estos países han subido al escalafón de la clase media.
“En un sentido más amplio, Chindia se refiere a dos civilizaciones muy distintas, que se sienten ambas suficientemente fuertes y seguras de sí mismas para abrirse al mundo y someter su esencia cultural al examen de los otros”, ha dicho Dominique Moisi, fundador del Instituto Francés de Estudios Internacionales al hablar del tema.
Tan fuerte es su influencia en ese continente que han dado forma y fuerza al llamado grupo Asean o Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Brunei, Filipinas, Malasia, Indonesia, entre otros), quienes a su sombra han venido aumentando en sus indicadores como el PIB, población y demás. Y de este lado del mundo todos quieren ir a hacer negocios con ellos a través de la asociación de países del Asia-Pacífico, donde nosotros hacemos cola tímidamente.
Y es precisamente esa la actitud que debemos cambiar, no es con timidez que llegaremos a que nos vean como un aliado estratégico, socio o aunque sea como un proveedor preferencial para sus sistemas industriales y productivos en crecimiento. Necesitamos volvernos mucho más agresivos en la estrategia internacional comercial para llegar allí.
Primero ampliando el número de embajadas, consulados y asociaciones colombo-asiáticas para hacer negocios. Segundo en acercarnos más a su cultura y tratar de entenderlos en su cosmovisión, su interpretación de valores, su lenguaje comercial, su filosofía al negociar y su cultura misma.
Casi podría uno pensar que hacer esfuerzos en los siglos XXI y XXII para los tratados de libre comercio y acuerdos comerciales con los EE.UU. en el inicio de su decadencia política y económica (no militar aún), y con Europa que día a día viene acrecentando sus propias contradicciones nacionalistas es una perdedera de tiempo pensando prospectivamente.
Lo que más le conviene al país a nuestros hijos y nietos es ver que hay que empezar a pegarnos hacía donde están las oportunidades en el futuro, hacia las regiones que van a liderar el mundo y jalonar las economías emergentes como la nuestra.
No estoy diciendo que eso se haga de un día para otro o que sea fácil, pero sí se deben tener trazados desde ya los planes estratégicos de desarrollo y crecimiento a 25 y 50 años mirando al oriente. El reto es comenzar ya. No solo con infraestructura para exportar: puertos, sistemas multimodales, doble calzadas, no; eso es necesario, claro, pero lo importante es aprender a interpretar o tratar de descifrar esa enigmática cultura, esas son las tareas que hay que emprender.
Con el término Chindia se denomina el análisis al fenómeno de crecimiento político, económico y de desarrollo que vienen liderando desde hace algunos años en el mundo estos dos gigantes del continente asiático: China e India.
Credito
NELSON GERMÁN SÁNCHEZ PÉREZ –GERSAN-
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