De Neiva con amor

He sido invitado a presentar en la ciudad de Neiva la novela Armas de juego, el más reciente libro del escritor huilense Marco Polo, autor nacido en Gigante (Huila) y radicado en la actualidad en Bogotá.

Recuerdo con mucha nitidez sus cuentos publicados en dos libros: Cartas de Goma (1988) y Cuarto de amor discreto (1992). Pocos autores como él guardaron la memoria de los movimientos estudiantiles de la década de los años 60 y su influencia en la región y esas escenas se fijaron en mi subconsciente y ahora reviven con su nuevo libro. París, México D.F., Bogotá, Neiva y Garzón deben estar vivas aún en algunos habitantes del planeta con sus represiones, sus gases lacrimógenos, sus bolillos, sus disparos y su asesinato de estudiantes. Por lo menos los nuestros han quedado en la escritura de Marco Polo.

Desde esos primeros textos, Marco Polo demostró su interés por la recuperación del espacio y el tiempo de sus territorios nutricios, los pueblos donde naciera, biológicamente en Gigante, literariamente en Garzón. En este sentido, Armas de juego se estructura a partir de la existencia de los cuentos, que luego articula en un fluir vertiginoso de escenas, como en una película. Y es en esa serie de instantes acumulados donde nace la historia familiar que se dibuja nítida, párrafo a párrafo, cuento a cuento, y va creciendo como el recuerdo hasta darle la textura de novela.

Entonces Marco Polo juega a ensamblar esa colección de narraciones en las que une los pensamientos y las acciones de sus personajes principales, hace las actualizaciones necesarias, articula sus primeros textos con los nuevos, retrata los espacios específicos y hace crecer la historia como si fuera una sola.

Crea, así, la acción narrativa en la que los cuentos reunidos inician con la muerte del protagonista y terminan cuando es asesinado. Los recuerdos se recuperan desde el más allá. En el entretanto sucede todo lo demás: los recuerdos de infancia, los pueblos que habita el narrador, la catarsis final.

Marco Polo da un nombre singular a esas anotaciones, los tacuinis, serie de notas y apuntes de unos cuadernos negros que el narrador crea para consignar sus impresiones sobre lo que acontece a su alrededor y en su interior y que, sin ser un diario, dan cuenta de su transcurrir físico y mental y sientan su posición en el mundo.

En nada semejante a la escritura de novelas en nuestro medio, abanderada por decirlo de algún modo de la renovación del concepto de novela como goce estético, es la propia escritura, manejada con maestría por su autor, la que le otorga a Armas de juego la contundencia que nos permite celebrar hoy su alumbramiento.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

Comentarios