La decencia de escribir

Cuando Octavio Escobar Giraldo publicó El último diario de Tony Flowers (1995) abrió la posibilidad que brindan los escritores prometedores, aquellos que van a ser, con los años y sus publicaciones, el marco referente de nuestra literatura.

O al menos eso es lo que barruntan los críticos, como borrando de un plumazo lo existente y creando tronos inamovibles cada cierto tiempo. Así ha sucedido a lo largo de nuestra historia. 

Nació en Manizales (1962), afianzó su calidad con el libro de cuentos De música ligera (1998) premio Nacional de Literatura, y Hotel en Shangri-La (2004) premio Universidad de Antioquia. Luego ganó la Bienal de Novela José Eustasio Rivera con El álbum de Mónica Pont (2004), y la beca de creación del Ministerio de Cultura con 1851, folletín de cabo a rabo (2007).

Su narrativa siempre ha sido novedosa, transgresora y experimental y es, como aventuraron algunos, el más posmoderno de cuantos colombianos escriben en estos tiempos (que no se olviden de Rodrigo Parra Sandoval, a pesar del plumazo). 

Sus cuentos y novelas están plagados de humor, de la fina ironía de los inteligentes, de la burla al pasado inmediato y al presente y de críticas sutiles a la vida cotidiana que fuerzan la identificación de sus lectores.

Las estructuras que aplica en la elaboración de sus obras no son lineales ni sencillas, sino que, por el contrario, fragmentan la realidad y las historias e invitan a superponer las partes para construir el todo. Son un ejercicio que requiere de un lector avisado, atento al acertijo y a los laberintos.

Octavio publica ahora una nueva novela bajo el título de Cielo parcialmente nublado (2013) obra que, aunque sus editores afirmen que “genera un impacto duradero y profundo”, me parece que deja mucho que desear frente al “impacto” que produjeran sus obras anteriores.

Es una novela presentada como una historia lineal, sin sorpresas, sin suspenso, predecible en todo sentido. Tiene el mérito de reconstruir el urbanismo de Manizales, sus sitios emblemáticos, su clima y en verdad la manera de ser de los manizaleños (también hay que leer Corte final, de Jaime Echeverry). 

Es demasiado local y ni siquiera el intento de un presidente por establecer la paz en el país genera la atmósfera de frustración y de ansiedad que pudiera darle tinte universal.

La reconstrucción del pasado amoroso del personaje principal más bien sosa y sin sorpresas y tampoco convence la aparente locura del padre por la situación política del país.

Nos queda debiendo Octavio la contundencia de su creación literaria por encima de un producto que por ser de fácil lectura y fácil venta, pareciera estar más acorde con los postulados de las editoriales que con el arte de la escritura.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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