Mucha tinta ha corrido por cuenta del Premio Nobel de Literatura de este año, la canadiense y para algunos, tierna abuela y ama de casa, Alice Munro.
No hay duda, el premio siempre genera polémicas entre detractores y defensores y hasta este simple hecho, personal y cotidiano, pareciera ser suficiente para descalificar o ponderar a una persona que escribe.
He leído dos libros (’Las Lunas de Júpiter’, su primer libro, y ‘Mi vida querida’, su libro más reciente) y creo que no voy a leer más, aunque uno no puede decir de esta agua no beberé, porque más pronto se la bebe (toco madera, como dicen las señoras).
Con esta lectura he llegado a la conclusión de haber estado con una señora escritora, una excelente narradora, y bastaría con esto para cerrar mi participación en el inobjetable río de tinta (frase de cajón que simboliza la cantidad de escritos sobre algo o alguien) en que ya han nadado casi todos.
Sólo que algunas opiniones me incitan también a opinar e ir un poco más allá de lo ya dicho. Primero, no debería exigirse, por fuerza de la costumbre o del arribismo, que un escritor deba tener muchos títulos académicos para ser bueno e importante, cartones como reza la jerga popular (más cartones que un tugurio, diría mi paisano).
Creo que el ejemplo más claro lo tenemos con Mario Vargas Llosa (licenciado y especializado en literatura, doctor en letras, etc.) y Gabriel García Márquez (bachiller y periodista), ambos premios Nobel con obras igualmente maravillosas.
Así que Alice Munro, por el hecho de estar dedicada sólo a su casa y a la escritura, no debería despertar sospecha alguna sobre su merecimiento y su calidad.
De otra parte, se ha ponderado hasta la saciedad que por fin gana el premio Nobel el cuento, como si ese reconocimiento fuera por género y no por la importancia de la obra.
Según lo que hemos aprendido con los consejos de Cortázar o de Quiroga, el cuento es en esencia breve y contundente y los llamados cuentos de la Munro no sólo son extensos sino complejos, con varios personajes aunque con uno principal, como en una novela.
De ahí que piense que ella es, sobre todo, una excelente narradora de novela corta, al estilo de Henry James o Carson McCullers, aunque más contemporánea en sus planteamientos y tan metida en el alma humana como Chejov.
Destaco la notable sencillez de su prosa que es, precisamente, el punto más difícil de lograr por parte de un escritor.
Quienes piensen que la sencillez es sinónimo de pobreza se equivocan porque lograr expresar tantas sensaciones y sentimientos y conocimientos del mundo en un estilo llano sólo lo logran los grandes maestros. Como ella.
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