En la misa de Gardeazábal

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Después de la expectativa y avalancha mediática por el lanzamiento de ‘La misa ha terminado’, la más reciente novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, me queda el sabor de no haber ganado mucho con su lectura.

Indudablemente será una novela muy leída, porque es de fácil lectura y abre las expectativas del morbo para lectores no profundos.

El autor hace un despliegue en ella de su conocimiento en el manejo de la narración y del lenguaje, del tema sacerdotal y homosexual, los intríngulis de la jerarquía eclesiástica, sus componendas en la búsqueda del poder, sus luchas soterradas que me recuerdan las intrigas palaciegas de las cortes europeas en las novelas decimonónicas, y la novela ‘La Hija del Cardenal’, de Félix Guzzoni, publicada en 1904 y prohibida en Italia y España por entonces.

Sin embargo, siento que he leído una novela sin trascendencia porque, desde el punto de vista literario, no aporta nada nuevo al arte de narrar, antes bien parece detenida en la atmósfera de su famosa ‘Cóndores no entierran todos los días’; y desde el punto de vista de la historia el autor incursiona en un tema que ya dejó de ser escándalo, una conducta que ya fue revelada y no ofrece sorpresa, fuera de las escenas íntimas que, para mí, se tornan a veces grotescas, repetitivas y fastidiosas.

Interesante la manera como el autor nos muestra la materialización de la vocación sacerdotal en los jóvenes, al mismo tiempo que se consolida su destino homosexual. Luego vendrá la avalancha de la hipocresía y el catálogo de aberraciones en los que van sumiéndose los protagonistas.

Es interesante también la división de la novela en pequeños apartes, 140 para ser exactos, en los que se alternan las vidas de cada uno de los personajes, se descubre su historia personal, algunos contados por un narrador omnisciente y en otros en monólogos en los que a veces interviene el autor. Esto hace parte de la agilidad que favorece a la novela para ser abordada por el lector.

Lástima ver tantos errores ortográficos en el texto.

Me divertí leyendo la novela (y esa es una cualidad de la buena literatura) porque, a pesar de la tragedia en la que se encierra la historia de cada uno, no hay drama o, al menos, yo no sentí ninguna emoción por la suerte de alguno de ellos, tan solo me produjo mucho desprecio el engaño del celibato a que ha estado sometida la comunidad por esos jerarcas matriculados en el reino de los maricas.

Hace bien el autor en abordar un tema de sus entrañas pues, como dicen los que saben, la literatura es fiel reflejo de la condición humana y la novela es más producto de la experiencia que de una iluminación sobrenatural.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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