Con razón se ha dicho que una sociedad se merece sus gobernantes. Se merece sus líderes.
Debe padecerlos. O gozarlos, según las circunstancias.
Debe cargar con resignación su vocación de sometida. Debe agradecer hasta el sacrificio las limosnas que a cambio de su libertad le entregan sus verdugos.
Con razón Colombia es un país que oscila entre el atraso aberrante y los destellos de un progreso desteñido.
Han transcurrido las que hubieran sido unas elecciones históricas, con la posibilidad de la decencia y la dignidad humanas, para dar paso a unos grupos altaneros que se han llevado las palmas y que otra vez reciben como premio la oportunidad del saqueo, la eliminación de contrarios, la amenaza de desplazamientos y la muerte de la tolerancia.
Los que deciden el futuro del país son una minoría vergonzosa.
Pero eso es lo que el país ha elegido en medio de su angustia, en medio de su ignorancia, que lo ha llevado a venderse por cualquier bocado de supervivencia, unas tejas, un tamal, un billete deslumbrante.
Sin embargo, no es tanto el deterioro físico y las carencias materiales las que duelen sino, lo más grave, la pérdida de la inteligencia y la capacidad de raciocinio, el paulatino asentamiento del olvido histórico en la conciencia general, que posibilita la repetición de errores y aceptar como su bien lo que ha sido una desgracia.
Pobre país, que se atraganta con la mentira de ser brillante cuando sus riquezas naturales han sido saqueadas, y la gran mayoría de sus elegidos se disfraza de personas para ocultar detrás de sí la pobreza de sus electores, su limosnera condición de candidatos sin escrúpulos.
País donde algunos delincuentes y hampones, a pesar de la prohibición expresa de la ley, siguen adelante, no tienen la menor vergüenza de cargar sus órdenes de captura como recomendaciones de pulcritud y de decencia cívica. Debieran estar en la cárcel y no en el Congreso.
Carecen de moral o, mejor, su moral es la del billete y la riqueza y por ella son capaces de ir hasta las últimas consecuencias.
Qué tristeza de país. La otra mitad de ciudadanos se dejan meter en el cuento de la abstención como protesta y el voto en blanco como arma de contención, cuando los mismos de la otra mitad los impulsan porque saben que le restan vitalidad a los conscientes y los pensantes jamás podrán decidir lo mejor para la patria.
Gracias, Colombia. Qué lejos de nuestra posibilidad alcanzar el sueño de la convivencia y el progreso para todos.
Pareciera que debiéramos acostumbrarnos a malograr las oportunidades que el destino nos coloca para mejorar el rumbo.
La del domingo pasado es otra vergüenza más para la historia.
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