Una de mis amarguras fue encontrar cómo el olvido ha llegado a ser para él la muerte más inmerecida pues pocos, casi nadie, han vuelto sobre su obra literaria y el legado de su ejemplo cultural. ¿Alguien lee sus libros, acaso? ¿Alguien recuerda “La calle 10” o “Changó, el gran putas”?
Triste destino el que nos queda a quienes hemos creído en el arte como fundamento de la transformación de la sociedad.
En ese ejercicio de la memoria recibí de pronto una llamada de Totoya, nuestra escultora insigne, y a través de esa comunicación volvió a estar presente su padre, Manuel Antonio Bonilla Ramírez, y el legado, no sólo humano como médico, sino como artista por su activa presencia cultural en la ciudad y en la región. Qué coincidencia, los dos Manuel fueron médicos, aunque Zapata ejerció más la literatura que la traumatología.
Y hablamos, por supuesto, del olvido. Y se entreveraron los dos Manuel en esa conmemoración imaginaria de sus vidas.
Volví a tener al frente el libro de caricaturas de Manuel Antonio, publicado bajo el título de “Perfiles de prestigio”, que reúne sus trabajos sobre sus contemporáneos, lo que equivale a decir hoy que es un catálogo de olvidos acumulados, pues tal vez ya sean pocos los que identifiquen en los dibujos sus perfiles y sus nombres.
Si la ciudad tuviera memoria sabría que ayer, 6 de mayo, Manuel Antonio hubiera cumplido cien años, entonces hubiera vuelto a interpretar sus pasodobles y pasillos y le hubiera dicho “Matoño”, como le decían cariñosamente sus amigos.
Pocos recuerdan que fue médico pediatra, profesor del colegio San Simón y otros establecimientos de la ciudad, músico, poeta, compositor, pintor y caricaturista. ¿Cómo lo recordarán sus pacientes, sus alumnos, sus modelos furtivos?
Su obras publicadas fueron dos tomos de “Siluetas médicas” (1970 y 1994), también dos tomos de “Sonetos hipocráticos” —anatomía y patología líricas— (1980 y 1992), “Ecología humana”(1982) y la ya mencionada de caricaturas “Perfiles de prestigio” (2000). Y como todo artista que se respete, debió dejar inéditos varios libros, que en su caso pudieron ser tomos de sonetos y algún diccionario sobre sus colegas, los músicos.
Sus pasillos, bambucos, danzas y pasodobles, fueron interpretados en su momento por múltiples agrupaciones artísticas.
¿Qué hacer para que esta sociedad que nos ha tocado vivir entienda que sin historia no somos nadie ni nada?
Hoy pido que honremos la memoria de los dos Manuel para que no los atrape el bostezo pavoroso del olvido.
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