Cien años del “pelado” que se la jugó con el “indioma”

Este viernes se cumplen cien años del nacimiento de Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, más conocido como “Cantinflas”, el actor y comediante mexicano que supo encarnar la condición marginal del hombre latinoamericano, para enfrentarse a los dueños del poder, armado simplemente de los malabares de la palabra.

Nació en ciudad de Mexicano y creció en el barrio Tepito “tierra de campeones/ de gente valiente/de gente que sueña/viviendo el presente”, y soñó con ser agrónomo, médico, boxeador y torero, pero terminó enganchado en las carpas de los circos, de donde saltó con su cuerpo menudo a la pantalla del cine, donde actuó en cuarenta y nueve películas.

“La ignorancia es la madre de todos los vicios y en ese caso es mejor ser huérfano”, dijo en la película El Profe y remató aquella escena con la frase lapidaria de que “estamos para dialogar mutuamente, uno entre uno y todos para todos, para llegar a conclusiones que nos lleven a qué, por qué, y de qué, vamos a ver qué” y con este discurso dialéctico supo enredar a los poderosos y enrostrarles  que sus palabras refinadas e hipócritas, tenían una respuesta  en lo que Carlos Monsivais llamó “la erupción de la plebe en el idioma”.

A manera de un quijote “Cantinflas” se dedicó a enderezar entuertos, a proteger indefensos, a reivindicar derechos y a soñar con dulcineas, las mismas que quedaban estupefactas en las pistas de baile, ante los requiebros de su cintura, los salticos rocambolescos, los pantalones descaderados, los pases acrobáticos y esas frases incoherentes acompañadas de una voz meliflua y una mirada enternecida.


El estilo cantinflesco se impuso de tal manera que entró a ser parte del léxico reconocido por la Real Academia, quien lo define como “hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada”, mientras María Moliner dice que el  cantinfleo es una “manera de hablar donde se dice mucho, pero se expresa poco”. Y con este estilo no sólo cautivó a los espectadores por más de medio siglo, sino que lanzó mensajes, tal vez hoy idealistas, contra quienes, prevalidos de un supuesto lenguaje coherente, explotan y someten a millones de personas en el mundo entero.


Uno de sus temas predilectos fue la educación. Al igual que un personaje del “Periquillo sarniento” de Fernández de Lizardi, intentó enseñar lo que no sabía, pero lo hizo con tanta compromiso y vehemencia que recibió muchos reconocimientos, entre otros el de “Maestro Honoris Causa”, otorgado por el Instituto Ibagué, el 10 de diciembre de 1973.

Mil carcajadas para recordar a ese chaparrito mexicano, cuya gracia fue, él mismo lo dijo, “la facilidad de palabra”.


Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN (*)

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