La peste del olvido

Cincuenta años después, frente a los achaques de la vejez que lo tienen acoquinado, Gabo no pudo recordar la fórmula que empleara José Arcadio Buendía para derrotar la peste del olvido, traída por Rebeca a Macondo.

Ahora con tristeza cuentan familiares y allegados que la demencia senil comienza a hacer estragos en su mente y que el nobel ha claudicado frente a la escritura de nuevos libros.

Para quienes nos hemos deleitado con este encantador de historias prodigiosas, la noticia de la pérdida de sus recuerdos resulta dolorosa, porque la gran imaginación y la precisión con que solía describir los espacios y las peripecias de sus personajes, difícilmente podrán repetirse en otro autor.


“La vida no es lo que uno vivió, sino lo que recuerda y como la recuerda para contarla”, escribió en el epígrafe de uno de sus últimos libros “Vivir para contarla”. Esta frase parece ser el presagio de lo que ha de ocurrirle de ahora en adelante, porque ya no podrá entretejer las historias macondianas, pues su propio cerebro lo ha traicionado y esa exuberancia de historias y descripciones son ahora asuntos de ese pasado que le dio lustre y lo ubicó en los sitiales de privilegio de la literatura universal.


Gerald Martín, uno de sus biógrafos más acuciosos ya nos había dicho en su monumental biografía “García Márquez, una vida” (2009), que desde el 2005 comenzó a notarlo olvidadizo y lanzó la hipótesis de que su memoria a corto plazo era muy frágil y que el propio Gabo parecía disculparse con los miles de lectores que siempre hemos estado a la espera de un nuevo texto: “Ya he escrito bastante, ¿no? La gente no puede sentirse defraudada, no me pueden pedir más, ¿no crees?” y es cierto, pero la gula de los lectores ávidos no tiene fronteras y siempre estaremos esperando más.


De lo que si puede estar seguro García Márquez es que su obra no será “arrasadas por el viento y desterrada de la memoria de los hombres” como le ocurrió a la ciudad donde Aureliano Babilonia logró descifrar los pergaminos con la historia de la familia Buendía, porque la solidez de su prosa  y la ironía de sus historias, serán recordadas siempre que haya un lector recorriendo las rutas de sus exageraciones y el desborde de su humor caribeño.


Gabo debe descansar y no debe desesperarse, porque  a los lectores incondicionales de su obra nos queda todavía la posibilidad de la relectura, tan fructífera como si fuera la primera vez, lo demás son esfuerzos tortuosos, porque como él mismo se lo dijo a Dasso Saldivar, otro de sus biógrafos, “La memoria no tiene caminos de regreso”.

Credito
LIBARDO VARGAS CELEMIN Profesor Titular UT

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