La mala educación

“Ante la artificiosa disyuntiva que plantea en esta afirmación la única respuesta posible es: a ninguno de los dos; y, máxime si es para liderar el Ministerio...”.

Hay la idea de que la mala educación podría esperarse y tolerarse de las personas sin preparación académica o que están sumidas en la pobreza; ¡no hay tal! Por el contrario, es lo más común que entre las personas sin escolaridad o vulnerables haya lecciones de respeto, decencia y dignidad hacia sus prójimos.

Es por lo que resulta más propio predicar la mala educación de las personas que, con cierto grado de preparación -singularmente de las que han cursado pregrado o postgrados en las universidades o cursos superiores-, se comportan groseramente o como atarvanes.

El excandidato presidencial Sergio Fajardo, entre otras figuras de la política y los medios de comunicación, ha mostrado mensajes en los que el nuevo ministro de Educación, Daniel Rojas, exdirector de la Sociedad de Activos Especiales (SAE), les agrede incluso al grado de la vulgaridad, la ofensa injuriosa y la chabacanería.

La respuesta a esas críticas por parte del presidente de la República, por su cuenta de X, es desconcertante. Al ponderar la valentía de Rojas por gestionar bienes expropiados de la mafia tras su paso en la SAE “para beneficio de los más necesitados”, el primer mandatario señaló: “… Prefiero al profesor que dice palabras groseras al político que ha cometido la peor grosería con los colombianos: condenarlos a la violencia…”.

¡Está equivocado el presidente! Ante la artificiosa disyuntiva que plantea en esta afirmación la única respuesta posible es: a ninguno de los dos; y, máxime si es para liderar el Ministerio de Educación.

Y es artificiosa la referida disyuntiva por cuanto, si solo hubiera dos candidatos posibles para designar al nuevo ministro de Educación, uno, que es el profesor que dice palabras groseras, y otro al que condena a la violencia a sus alumnos, cabría la afirmación comparativa. Pero resulta que en Colombia hay muchos profesionales que ni son groseros ni son bandidos ni son violentos, aptos para desempeñar el más sensible de los cargos para lo que se constituye en la más espiritual de las funciones del Estado, como es la de proveer educación, singularmente a los estudiantes más vulnerables.

La mala educación, que se predica de toda persona que, habiendo recibido un aprendizaje aceptable opta por la grosería o las malas maneras o la ofensa como forma de comunicación, es un mal síntoma en relación con su tono espiritual y su carácter.

El ministro o la ministra de Educación tendría que ser una persona ejemplar y admirable, que dé suficiente prenda de garantía de que no será una vergüenza para el mundo escolar, y que dará buen ejemplo a los destinatarios de sus funciones, entre otras cosas porque esperar que un alto funcionario no sea grosero o vulgar no es como esperar un milagro; es todo lo contrario: lo anormal es que no haya que apelar a la vulgaridad y la ofensa para acreditar un mínimo palmarés con miras a acceder a un cargo oficial.

 

El Nuevo Dia

Comentarios