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En el sorprendente e inusual consejo de ministros, así algunos le hayan dado el alcance de una intervención presidencial televisada, pasó de todo: angustia en unos rostros, desolación y desencanto en otros, uno que otro cual insondables caras duras; sorpresa en varias expresiones faciales; cruce de acusaciones entre altos funcionarios; “ultimátum” al presidente para escoger entre unos y otros colaboradores; una que otra resurrección política; y, desde luego, un jefe de Estado que por momentos nos hacía pensar en las extensas peroratas de Fidel Castro con citas literarias e históricas incluidas, aun cuando no siempre exactas, o en las intervenciones de Chávez o Maduro, o parcialmente en gestos gaitanistas y hasta en el Otoño del Patriarca, novela de García Márquez sobre presidentes caribeños.
Lo anterior, nos debe llevar a reflexionar sobre la extraña figura del “jefe de gabinete”. Para comenzar, ésta es propia de los sistemas parlamentarios y no de un régimen presidencial como el nuestro. La distorsión ha sido total.
En nuestro país, siempre existió un secretario general de la presidencia, encargado fundamentalmente de los aspectos puramente administrativos de palacio, en cuya cabeza generalmente estuvo una persona muy cercana al presidente. Asistía a los consejos de ministros con un subsecretario que era el encargado de llevar las actas, legalmente reservadas. Más adelante se le dio la naturaleza jurídica de Departamento Administrativo.
El presidente Julio Cesar Turbay, presentó un proyecto de ley para crear el Ministerio de la Presidencia, pues es competencia legislativa la creación o supresión de ministerios. Aun cuando la idea era buena, el Congreso no aprobó el proyecto.
El presidente Santos nombró un poderoso “ministro de la presidencia”, Néstor Humberto Martínez, aun cuando en verdad éste y otros “ministerios” no tuvieron fundamento legal, solo fueron creaciones políticas. Tal vez por eso mismo, se presentaron roces entre Martínez -curtido político y gran consejero del Estado- y la muy eficiente secretaria general de la presidencia, la ingeniera industrial, María Lorena Gutiérrez.
Los secretarios generales se limitaban a coordinar, no a los ministros, sino a los funcionarios de Palacio. Hubo unos más poderosos que otros dependiendo de la cercanía al jefe del Estado. Rafael Naranjo Villegas, tuvo mucha influencia en el gobierno de Misael Pastrana Borrero a quien aconsejaba por su experiencia. El mismo papel cumplió Germán Montoya con Virgilio Barco quien, al comienzo de su gobierno, consultaba además a un ilustrado sanedrín -todos de peso- integrado por el profesor santandereano Mario Latorre; Gustavo Vasco, un antiguo militante del partido comunista, de un fino olfato político y el todavía vigente politólogo Fernando Cepeda Ulloa, padre de la ciencia política.
Lo de “jefe de gabinete” es un extraño embeleco sin sustento constitucional o legal, si por tal se entiende, alguien que está por encima de los ministros.
Suelo citar una anécdota del presidente López Michelsen que describe muy bien la situación. Decía que recién posesionado, uno de sus amigos bogotanos le dijo: “ala Alfonso, no quiero nada en tu gobierno solo un puesto en palacio para coordinar a los ministros” a lo que él le contestó: “es que para eso fue que me eligieron los colombianos”.
Como el mal ejemplo cunde, muchas otras entidades del Estado comenzaron a nombrar flamantes “jefes de gabinete”.
Lo que se ve ahora es que, con razón, algunos se quejan de que, Armando Benedetti y Laura Sarabia, controvertidos jefes de gabinete, puedan ser sus superiores. Gustavo Bolívar dio como explicación que los dos le daban tranquilidad emocional al primer mandatario. Hay otras opiniones. Tal vez la más dura es la consignada por el ex senador Robledo en una columna en la revista Cambio.
Parte de la reconstrucción institucional pasa por volver a enseriar los consejos de ministros y suprimir tan codiciada figura que en el fondo lo que genera es celos por quien está -por distintas razones- más cerca del príncipe.
Como esos todopoderosos llegan a tener más influencia que congresistas y ministros, sería saludable que en campaña los candidatos dijeran claramente con quien van a gobernar para que el pueblo lo sepa y detecte oportunamente si puede colarse uno que otro Rasputín.
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