La manera como el Gobierno manejó el caso del guerrillero trovador de las Farc es verdaderamente desorientador del futuro que nos espera. Se dice, de fuentes fidedignas, que dicho subversivo estaba como Pedro por su casa durante el gobierno de Hugo Chávez y que su detención no fue otra cosa diferente a una pantomima orquestada entre Maduro y Santos. El subversivo continuó disfrutando a sus anchas de plena libertad y respaldo del gobierno venezolano, mientras el de Colombia nos hacía creer que estaba detenido esperando ser deportado. Toda la novela concluyó en que “por cuestión humanitaria” (¿?) se le había liberado autorizándole su viaje a Cuba y ahora uniéndose al grupo negociador como vocero.
Hace muy pocos días, el presidente Santos despotricó contra la guerrilla y sus negociadores en Cuba, procedimiento que fue respondido en la misma forma por ella. Infortunadamente se notó, a todas luces, que las partes se pusieron de acuerdo para actuar como lo hicieron, de manera que el pueblo colombiano creyera que su Presidente no le había entregado o prometido entregar el país a la guerrilla a cambio de firmar una paz ficticia y de parte de los voceros guerrilleros negociadores a sus congéneres y al mismo pueblo colombiano, que no estaban amangualados con nuestro gobierno.
Por televisión, el Fiscal General conminó al pueblo colombiano a aceptar el procedimiento que se impondrá por ley, de tener que consentir y apoyar la presencia de guerrilleros en la Cámara y el Senado y como Alcaldes y Gobernadores en cualquier parte del territorio nacional. Lo manifestó a título de imposición para dizque lograr la paz.
Esto nos lleva a pensar que habrá total impunidad; que el crimen paga; que el Presidente no sabemos qué locuras haya hecho que desconocemos hasta hora para, logrando la firma de la paz, hacerse reelegir y para que los mismos que fueron secuestrados, torturados y esquilmados, vuelvan a aportar, ahora para financiar a sus verdugos en el post-conflicto.
¡Qué humillación!
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