La casa de papel de la izquierda colombiana

José Javier Capera Figueroa

En el teatro del absurdo que se ha convertido el Palacio de Nariño, los actores parecen haber olvidado sus líneas y el director perdió la batuta.
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Como en esas comedias bogotanas donde el frío entumece hasta las ideas, nuestros ministros protagonizan un espectáculo que haría sonrojar al mismísimo García Márquez por lo realista de su magia.

Laura Sarabia, cual presentadora de reality show, interrumpe al presidente como quien corrige a un alumno distraído: "USAID se acabó". Pero Petro, haciendo gala de ese talante que lo caracteriza, responde con un "o lo que lo reemplace" que suena más a pataleta de niño regañado que a directriz presidencial.

Y mientras tanto, Benedetti -ese personaje que parece sacado de una novela picaresca- suelta entre risitas que "dañaron el Consejo de Ministros", como si estuviera comentando el último chisme de vecindario y no el desmoronamiento de la institucionalidad colombiana. Esto ya no es ni siquiera un reality show - es la versión gubernamental de un día cualquiera en sexto grado, cuando Juanita acusa a Mateo de feo y Mateo le responde que ella es fastidiosa. Solo que aquí, en vez de peleas por el último yogurt del recreo, se están disputando el futuro de 50 millones de colombianos.

Francia Márquez, nuestra vicepresidenta, tiene que recordarle a Sarabia que la respete, como si estuviéramos en el patio de un colegio y no en las más altas esferas del poder nacional. ¿En qué momento nuestro gabinete ministerial se convirtió en un episodio de "Yo me llamo... funcionario público"?

Y para completar el cuadro surrealista, tenemos ministros que llegan tarde, otros que no se hablan, y algunos que protestan por tener que compartir mesa con sus colegas. Todo esto mientras el país espera soluciones que parecen tan lejanas como un día soleado en la Bogotá de agosto. Aquí estamos, más embalados que mensajero sin correspondencia, viendo cómo el país se nos escurre entre los dedos mientras nuestros ilustres funcionarios protagonizan el episodio más lamentable de "Pequeños Gigantes: Edición Ministerial".

Es que ni el más creativo libretista de telenovelas hubiera podido escribir mejor guion: ministros que no se saludan pero que facturan puntualmente cada mes, funcionarios que parecen más perdidos que turista en TransMilenio, y un presidente que tiene que hacer de árbitro en una riña que parece más de patio de recreo que de Consejo de ministros. La realidad colombiana supera tanto la ficción que Netflix ya debe estar preparando la serie: "La Casa de Nariño de Papel" - donde el mayor robo no es al banco central, sino a la paciencia de todo un pueblo.

Como diría mi abuela, "la ropa sucia se lava en casa", pero en este gobierno parece que han decidido montar una lavandería pública donde todos pueden ver las manchas y descosidos de nuestra democracia. Y mientras tanto, el país sigue esperando, como quien espera el bus en hora pico: con más resignación que esperanza.

Que Dios nos agarre confesados, porque si así se comportan en público, no quiero ni imaginar lo que sucede cuando las cámaras se apagan. Por ahora, solo nos queda ser testigos de este reality show gubernamental donde, lamentablemente, los únicos que no podemos cambiar de canal somos los colombianos, porque estamos más que jodidos, estamos tan embalados como un país sin rumbo cayendo directo al despeñadero.

 

José Javier Capera

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