La invitación de Washington a Santos

El presidente Juan Manuel Santos ha sido invitado a una visita oficial a Washington para el próximo 3 de diciembre.

Es un hecho con enorme significado. Como se sabe, en política nada es gratuito, y en la internacional menos. Existen elementos a tener en cuenta. El primero y principal, es que quizás sea ésta una forma de pasarle un mensaje a Dilma Rousseff, quien como se sabe desatendió la invitación para una visita de Jefe de Estado, a fin de mostrar su indignación por el espionaje de EE.UU.

Para comprender la trascendencia de la decisión de la señora Rousseff hay que saber dos cosas: 1. Que este año no ha habido visitas de Jefe de Estado a la Casa Blanca. La de ella iba a ser la única; y 2. Que no existen antecedentes de un desplante semejante, es una auténtica derrota para la diplomacia norteamericana, pese a que se quiso edulcorar mostrándola como si la cancelación hubiese sido de común acuerdo; para decirlo coloquialmente, Obama se quedó con los crespos hechos. Estas están llenas de protocolo y pompa, y se organizan con mucha anticipación, no son frecuentes, se consideran un honor y un reconocimiento al invitado. En suma: que son algo muy especial.

La invitación a Santos se produce luego del desaire de Rousseff, y no por gestión de la diplomacia colombiana. Por ello esta visita (que al parecer será oficial aunque sin el rango ni el protocolo de visita de Jefe de Estado), tiene especial significado. EE.UU. no tiene en Suramérica un aliado más importante que Colombia. Además, es un buen momento para exhibir a Colombia como un caso de éxito y tratar de vender el modelo a otros países (¿Quizás Perú?). Santos será objeto de reconocimiento y la prensa norteamericana hará su trabajo, mostrará a Colombia como un país que regresa del infierno de la mano de Washington y que se encamina hacia la paz, con su beneplácito. Hay que tener presente, además, que este hecho se producirá a escasos cinco meses de las elecciones presidenciales, luego es un espaldarazo a la reelección de Santos, quien obviamente no podrá regresar a Bogotá con las manos vacías. La presea mayor sería un apoyo decidido al proceso de paz en La Habana. Algo más allá de la retórica, de una simple declaración de buenos deseos. Esto, por supuesto, le sentaría muy mal al uribismo, que frente a este proceso ya quemó las naves, al decir que había que ponerle fin. Mal se inaugura entonces Óscar Zuluaga, el candidato de Uribe.

Si EE.UU. se compromete con la paz, ésta, sin duda, saldrá adelante. Es algo que las Farc deberían considerar y evaluar. Terminaría de ubicarlas en el centro de la escena mediática y de elevar el perfil del proceso. Eso para empezar. Además, sería una pésima señal para los enemigos de los diálogos. Obama tiene muchas cartas para jugar en este campo. La más elemental: la repatriación de un histórico de las Farc, “Simón Trinidad”, preso en EE.UU., algo que no se daría de entrada, obviamente. También podría estar el retiro de éstas de la lista terrorista y, por qué no, el apoyo financiero a programas de desarrollo rural alternativo. Dependería de cómo se negociara el punto relativo al narcotráfico, el cuatro de los seis de la agenda de La Habana. A su vez, también las Farc tienen cartas para jugar. Si hay paz, Colombia será en realidad un caso de éxito y se podrá avanzar en la erradicación de cultivos de coca y en la guerra contra las drogas, fuertemente cuestionada, por ineficaz. En fin, esta visita podría representar más que una cena de gala en Washington. Podría tener efectos en Colombia, Brasil y Perú, que ahora es el principal productor y exportador mundial de cocaína.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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