La pregunta es pertinente porque lo que está en juego es algo muy importante, nada más y nada menos que la posibilidad de abrir un nuevo capítulo de la historia nacional, a partir de la superación de la violencia, que es lo que podría permitir que se comiencen a encarar con seriedad los problemas estructurales de Colombia. Mientras subsista el conflicto será muy difícil, dado que éste es funcional a algunos de esos problemas.
El conflicto armado, como lo he dicho en otras oportunidades, es una cortina de humo que ha impedido ver en su real dimensión las llagas e injusticias sociales que existen en Colombia, uno de los países con mayor desigualdad de ingreso. El conflicto armado ha sido la disculpa perfecta para impedir la movilización y la protesta sociales; las huelgas, los paros, se descalifican casi siempre aduciendo que están infiltrados por las guerrillas y que hacen parte de la estrategia comunista de combinar todas las formas de lucha. Las marchas indígenas, los paros campesinos, el movimiento sindical, las protestas estudiantiles, los movimientos cívicos, en más de una ocasión se han visto estigmatizados, unas veces con razón y otras sin ella, de estar al servicio de las guerrillas marxistas leninistas.
Lo que hay que entender en este momento es que esas guerrillas, al menos las FARC, se encuentran inmersas en un proceso que significa la renuncia al marxismo leninismo, a partir de abandonar la lucha armada. Uno de los axiomas de la ortodoxia marxista ha sido la inevitabilidad histórica del carácter violento de la revolución. El marxismo leninismo no ha buscado jamás la democracia sino la dictadura, la dictadura de una clase, la del proletariado. Una situación sostenible sólo por la fuerza. Según Engels, el segundo violín de Marx, la revolución es un acto en el que una parte de la población impone su voluntad a la otra con los fusiles, bayonetas y cañones, y donde el partido vencedor está obligado a mantener su dominio por el miedo que sus armas inspiren a los reaccionarios. De manera que el paso que se aprestan a dar las guerrillas es de gigante, y hay que ayudarles a que lo den. Entender que no es fácil para ellas porque significa la negación casi total de lo que han hecho durante cincuenta años. Sólo el desconocimiento, el odio, o los intereses mezquinos de la extrema reaccionaria impiden ver la dimensión del proceso político que significa la paz de La Habana. Algo que como bien lo dice el presidente José Mujica, es lo más relevante que sucede en América Latina.
Dicho lo anterior me atrevo a decir que lo acertado históricamente no es promover una candidatura alternativa sino ayudar a que el proceso de paz llegue a buen puerto. Blindarlo y evitar que pueda ser saboteado por las fuerzas reaccionarias que quieren perpetuar el actual régimen de injusticia social, de feudalismo político y de oscurantismo cultural. Las fuerzas democráticas deberían buscar no un candidato presidencial, sino más bien una alianza por la paz y la transparencia y legitimidad al sistema democrático. Podrían explorar un pacto con el presidente Santos para modernizar el sistema electoral, para que no se falsee la voluntad popular, y para dotar de garantías al movimiento social. Eso es lo verdaderamente trascendente. Lo demás son pretextos y vanidades. Ese acuerdo podría ganar en primera vuelta, y mandar a calificar servicios políticos y electorales a la extrema derecha.
Hay que apelar a la ´real politik`, pensar en qué es lo que se quiere y qué es lo que es posible hoy. Lo que necesita Colombia es paz y democracia. Lo demás puede esperar. Primero lo primero.
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