El arte tolimense y la importancia de conocer su legado para que no desaparezca

Crédito: Suministrada / EL NUEVO DÍA-
Realizado por: Nathalia Díaz, estudiante del Programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

«El arte es un estilo de vida... Un legado que se transmite de generación en generación y que cada vez corre el riesgo de desaparecer»
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Es 25 de agosto del 2019, a eso de las nueve y media de la mañana, en la hermosa ciudad de Ibagué, el despertar resplandece, el clima es fresco, fuertes vientos oportunos del mes de agosto. Suena la alarma, enciendo la motocicleta, me coloco la chaqueta reflectiva, guantes, pañoleta y ajustó el casco. Esto parece una aventura, un viaje a ciegas sin saber nada sobre la ruta, pero nada que la tecnología no pueda arreglar. Las coordenadas del Google Maps indican que el tráfico es leve y que se avecinan más de dos horas de viaje.

Siendo las once y treinta, pasando Gualanday, Chicoral y Saldaña, deambulando por el sur del Tolima, el sol es tan fuerte que el calor en la carretera se hace notar, el vapor sale y el piso arde. En una bomba de gasolina estaciono para estirar las piernas. Una mujer alta, delgada, pelinegra, ojos penetrantes, piel morena, uniformada y con sus manos delgadas, me da la bienvenida con una bolsa de agua. El lugar se presta para que los viajeros beban, se hidraten y mientras deciden retomar el rumbo tanquean su vehículo.

A pocos kilómetros del destino, un recorrido de más de dos horas y media. Un letrero llamativo, con una silueta de una mujer indígena a la derecha, un tamal a la izquierda, una lechona en la parte superior izquierda, achiras en la parte inferior, canastos con cintas de colores fuertes entre azul, amarillo y fucsia da la bienvenida a Natagaima, La Meca del Folclor en Colombia. Un pueblo que cuenta el nacimiento de grupos étnicos Pijaos, que se caracteriza por la gastronomía, bailes típicos, como El contrabandista, el turismo, ya que colinda con el río Magdalena, y es especialmente conocida por las artesanías, eso lo manifiestan los lugareños a los recién llegados.

Al llegar el ambiente dominical es notorio; personas mercando, montando en bicicleta, muchos en sus motos sin cascos, algo característico de un pueblo, los niños en pantaloneta jugando, música en diferentes casas y en el parque central los grupos políticos, alentando las campañas para la elección de alcalde. Aquí se logra identificar personas de piel oscura, ojos redondos, cabello largo negro, nariz alargada, bajos y de constitución robusta. Unos muy deportivos con camisetas que identifican el equipo al que apoyan, las mujeres con vestidos de flores y hombres elegantes con pantalón y camisa formal.

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Al llegar al parque un hombre se me acercó «¡La llegada al desierto es por Pueblo Nuevo y tiene que pasar el río Magdalena por barca!» Me explicó sin que le preguntara o solicitara colaboración, supongo que mi aspecto físico y vestimenta me delataban como visitante. 

«¡Muchas gracias, me quedaré en el pueblo!» Dije.

«En la plaza de toros está todo el comercio, las artesanías y puede comer tamal si desea». Dice en un tono agradable, eso me permite generar un acercamiento para conocer más detalles sobre el pueblo.

«¡Bueno señor, muchas gracias!»

Como es costumbre en un pueblo se escuchan las bocinas anunciando la venta de papa, yuca, tomate, cebolla, frutas y verduras. La entrada de la plaza estaba destapada, la carretera es angosta y se ven puestos de lado a lado con productos tales como: ropa, zapatos y decoraciones para el hogar, combinando alimentos con ventas de aseo, y demás productos que trae el comercio. 

Llegando a una de las esquinas del lugar se veían mujeres entre los 60 y 80 años sentadas con una sonrisa que atrapa la atención. Sus puestos se veían organizados en el piso y en carretillas. Mientras espero que termine de atender, escucho un acento paisa sin lograr determinar si es de Medellín o del eje cafetero «se venden sopladoras, estropajos, todo lo relacionado con el material del totumo, con el fique que son los lazos» dice la comerciante, una mujer entre 1,50 de altura, piel morena, y cabello negro. Le digo que seguramente es una gran artesana.

«No, yo solo los vendo. Compró a las personas del campo, las artesanas son de las aldeas», dice aclarando la situación y seria.

«Hola, mucho gusto ¿hace cuánto las vende?»

«Las vendo hace aproximadamente 15 años. Las vendo a un precio cómodo para las personas. Ellos vienen a buscarme personalmente. Pero yo a las personas del campo les pagó lo que es, así no me gane mucho». Erika Tique, siempre muestra un semblante alegre. «¿Se le ofrece algo?». Esto me permitió cerrar la conversación con un gesto de agradecimiento y seguir el camino.

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El calor ha aumentado. Durante unos minutos me detuve para determinar que podría llevar según el presupuesto y la comodidad que trae viajar en moto. En la plaza a la una y quince quedan entre dos y cuatro artesanas, dos de ellas recogiendo sus artículos. Me acerque a la mujer que parecía ser la mayor de todas, quizás la más alegre, con su sonrisa de oreja a oreja y la que probablemente tenga más experiencia y desde luego grandes historias.

«No se levante, no se preocupe no hace falta»

«Escoge el que desea todos hoy tienen el mismo precio y ya están a punto de recogerme», dice en voz baja, se lograba identificar que tenía algún problema de salud.

«Gracias, están muy bonitas. ¿Es usted artesana?» 

«Toda mi vida, mi madre en vida nos enseñó a mis 6 hermanas y a mí. Yo soy la única que sigo trabajando en las artesanías y a mis 2 hijas les enseñe y a mi única nieta, ella quedará para reemplazarme»

«¿Cuántos años tiene?»

«Tengo 83 años. Ahora estoy muy delicada de salud y no puedo hablar mucho». Argumenta con dolor, sus ojos se aguaron y su voz pierde fuerza. La sonrisa desaparece e intenta ser fuerte y cruza sus manos.

«Igual se ve una mujer fuerte y lo importante es que su familia aun la apoya». En algún momento dice que ella solo espera que su nieta valore este bello arte. Acaricia sus manos que reflejan el trabajo continuo que ha tenido durante toda su vida.

«El arte me da ánimos y volumen para seguir. No puedo caminar, pero tengo mucha fortaleza. Mis dos hijas y mis dos yernos me ayudan. Ellos me traen todos los domingos a las siete de la mañana a la plaza y me recogen a la una y treinta y cinco»

«Bueno. Pero se nota que hace sus artesanías con amor, son muy bellas»

«¡Mi vida es maravillosa con este arte!»

El sol cada vez era más fuerte, las artesanías en barro brillaban. Ella estaba muy tranquila, como si el calor no la afectara. Estaba con una falda larga de color amarillo con círculos negros, una camisa azul manga larga y un sombrero de fique con decorados de flores de color rosado.

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«Si no le gusta alguna de estas decoraciones en mi casa puede ver lo que desea. Hasta le obsequió algo ¡Vamos!» El trato cada vez se fortalecía y la invitación fue toda una sorpresa. También me permitió tener una relación más agradable, convirtiendo la perspectiva de que los indígenas Pijaos son apáticos y desconfiados, según versiones escuchadas de algunos ibaguereños. 

«¡Me encantaría!»

«Mi yerno llega a la una y treinta por mí, nos vamos a la una y treinta y cinco. Mi casa queda a las afueras de Natagaima. Allá tengo el material. Vivo con mi hija, mi yerno y mi nieta. Y algunos familiares». Señala.

A pesar de las altas temperaturas, el viento es fuerte saliendo del Pueblo. Me esperaban alrededor de 21 kilómetros. Un recorrido de veinte minutos. Al llegar a la casa de un solo piso con un frente amplio donde estaba exhibido todo el material trabajado, se veían alrededor de mil productos entre artesanías de barro, hamacas, macetas, ollas, bolsos con fique entre otras artesanías. 

La señora Mauricia Matona Tique, espera que su yerno quien la ha traído en un carro de servicio público le abra la puerta. Él me indica con la mano que esta es la casa. Estaciono al frente y susurra.

«Mi mujer y yo organizamos todos los días los 3 puestos, los organizamos según van saliendo y los empacamos en bolsas transparentes para que el sol y el polvo no lo dañen»

«Hola, mucho gusto, son demasiadas. ¿Si se vende constante?»

«A la señora Mauricia ya la conocen mucho, de la capital vienen y preguntan por ella y los turistas siempre paran y compran». Expresa.

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Al ingresar a la casa sale una mujer de 1.50 de altura, piel morena, cabello negro, ojos negros, nariz pequeña y delgada, a ojo de unos 20 años. Da la bienvenida a su abuela con un beso en la mano y le retira un bolso pequeño café que colgaba sobre su cuello y le arregla la silla para hacerla sentar. La mujer vestía blusa blanca de tiras, unos shorts de jean, tenis blancos. Y al parecer no determina la visita. Al esperar en la puerta de la casa analicé que era grande, conté unas 5 puertas, determiné que eran cuartos, tenía un pasillo profundo. En la entrada 4 sillas, un sofá y un televisor. Las paredes eran de ladrillo. Al poco tiempo la señora Tique, me invita a pasar. «Siga y siéntese, le voy a presentar a mi nieta. Ella es una mujer de pocas palabras y tímida», dice con una sonrisa. Pregunté cuántas personas viven en la casa «8 personas», indica el yerno.

Transcurrido el tiempo, la nieta desapareció, ingreso a una de las puertas, al llegar trae 3 vasos. «Hola, ¡muchas gracias!» Recibo el vaso «siéntate, quieren conocerte y conocer tú trabajo». Ordena la abuela.

«Hola, acá se trabaja con el material que sale de la mina. Al borde de las quebradas y solo el que lo conoce y sabe lo trabaja. Primero se saca, se almacena. Se ablanda lo sobamos en el punto que se pueda manejar y se amasa como el pan, se aplican los moldes que tenemos. Los moldes se construyen y se alistan para armar». Ella habla sin mirarme a la cara.

«¿Cuánto tiempo tarda en formar alguna figura?»

«La totuma la armo en minutos, ya soy práctica. Mi abuela me ha enseñado que es importante la agilidad. Ya en el día fabricó la docena. La fundo y la emboquillo y toda la mano de obra junto con los acabados»

«Debe ser muy entretenido y divertido. ¡Seria genial aprender!»

«Mi abuela durante muchos años dicta talleres, vienen de Medellín, Ibagué, Bogotá, Tunja y de muchas partes. Hasta la gente del Sena a veces viene a recibir cursos. Ella ni se explica cómo dan con ella y su contacto. Ahora entre ella y yo dictamos los talleres. ¿Si quiere le podemos enseñar lo más fácil que es la totuma en barro?» Habla tan seria que me permite asentir con la cabeza aceptando la invitación.

«¡Que sea un hecho! Lo agendare y vendré con más tiempo». Es una mujer segura. Tiene el don y ama el arte tanto como su abuela.

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Y en un instante determiné que la globalización, la evolución y la ciudad no solo nos alejan de nuestras raíces. Sino que dejamos la esencia de la historia y lo maravilloso que trae las culturas indígenas. Es así como me marcho con la imagen de una mujer fuerte que desde los 5 años dejó sus juguetes, la tecnología por su preferencia y amor por el barro. El arte es un estilo de vida, su forma de sobrevivir ante la economía. Un legado que se transmite de generación en generación y que cada vez corre el riesgo de desaparecer.

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Credito
ALIANZA EL ANZUELO MEDIOS/EL NUEVO DÍA IBAGUÉ

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