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Es claro que la vida no se trata de quedarnos sentados esperando a que la tormenta pase, ni mucho menos a que ella nos arrase. En más de una ocasión a muchos nos toca aprender a bailar bajo la lluvia, procurando no morir en el intento.
Me encantan esas personas a las que no les quedan grandes los retos y, así las borrascas las sacudan, logran mantenerse en pie y, mejor aún, les sacan provecho a los temporales que les toca afrontar. Los admiro porque tienen la suficiente fuerza de voluntad como para no rechazar nada de lo que el ‘día a día’ les va ofreciendo, más allá de lo difícil que les resulten las adversidades.
A muchos nos hace falta eso: vivir intensamente y enfrentar cada una de las circunstancias en las que nos vemos inmersos.
Si nos aplicáramos una gota de resiliencia, si adquiriéramos fuerza de voluntad y le apostáramos a ver las cosas bajo otras perspectivas, no nos amargaríamos tanto.
Lo menciono porque muchas personas se dejan ahogar en el ‘mar de la quejadera’ y a toda hora viven interpretando el rol de las víctimas, al punto que se olvidan de disfrutar la vida.
Jamás será práctico evadir los momentos duros. Debemos echarle cabeza a cada hecho complicado para encontrarle la salida. Eso implica tomarle el ritmo a la cotidianidad y aprender a encontrar el paso correcto que se debe dar para sobrellevar cualquier tempestad.
Lo que aquí se plantea es la importancia de aceptar lo que estamos viviendo, sin resignarnos a sufrir. Hay que ser agradecidos y asumir el tesón suficiente como para no dejarnos doblegar por nada ni por nadie.
Asumir en sí la vida, tal y como ella es, conlleva también a comprender que siempre debemos ponerle el pecho a la brisa.
En ese orden de ideas, nos urge desterrar los pensamientos negativos que, como rayos, caen sobre nuestra mente. Será fundamental sacar toda esa mala energía de la cabeza.
Ese negativismo es el que nos impide contemplar la ‘lluvia’ de otra forma. Si nos dejamos aburrir, esa mala vibra terminará arrasándonos y nublará todo lo que este a nuestro alrededor.
No permitamos que los temporales fastidien nuestro mundo, pensemos de manera positiva y atrevámonos a ‘bailar bajo la lluvia’.
Si mantenemos una actitud entusiasta ante todo lo que nos pase, no nos ahogaremos.
De ahora en adelante, cuando se nos presente un problema recordemos que tendremos solo dos opciones: quedarnos en la queja constante y no buscarle una solución, o tomar aquello que nos quita la paz, corregirlo y recapacitar. ¿Cuál será la mejor?
Insisto en decir que aún en las tempestades más fuertes que arrecien sobre nuestros entornos, siempre tendremos la oportunidad de aprender diferentes lecciones que nos fortalecerán para el futuro.
Ninguna tribulación, por más dura que ella sea, será para siempre. Además, de todo nos quedará un gran aprendizaje.
¡CUÉNTENOS SU CASO!
Las inquietudes asaltan con frecuencia a nuestro estado de ánimo. No obstante, con cada cuestionamiento tenemos una posibilidad más para afrontar un nuevo horizonte, ya sea razonando o aplicando sanas estrategias para el alma. ¿Cuáles son esos temores que lo afectan en la actualidad? Veamos el caso de hoy:
Testimonio: “Soy demasiado esquivo con las cosas que me corresponde hacer. Cuando sé que debo realizar algo hoy, lo vivo postergando y al final se me acumula todo el deber. Le pido a Dios que me ayude pero, por alguna razón, siempre me pasa lo mismo. Espero su consejo. Gracias”.
Respuesta: A muchos los acompañan esas actitudes ‘conscientes’ o ‘inconscientes’ de aplazar responsabilidades, a pesar de que estas puedan ser provechosas.
En su caso debería darse cuenta de todo lo que pierde tras su poca diligencia. Dilatar esa misión que debe emprender hace que se aleje de sus metas y finalmente se sienta frustrado.
Una forma para iniciar un cambio de esta fea forma de comportarse consiste en ‘poner los pies sobre la tierra’ y hacer un balance de todo lo que ha dejado de ganar por esa ‘flojera repentina’ que le surge a la hora de cristalizar sus planes de acción.
Regálese un tiempo de reflexión y, con una hoja en la mano, haga una lista de las razones por las cuales ‘le saca el quite’ a lo que le corresponde hacer.
Una vez encuentre los aspectos de su vida que se han visto afectados por este proceder, decida ser más disciplinado y póngase manos a la obra.
Puede ser buena idea establecer una programación de las tareas para ayudarse usted mismo a realizar un control y para hacerles seguimiento de las actividades que pueden ser propensas a ese peligroso estado de procrastinación.
El tema no es tanto de pedirle a Dios que lo ayude, sino que usted ponga una dosis de fuerza de voluntad para asumir el control de sus agendas y de su vida misma. ¡Hágame caso!
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