la mejora de la calidad existente y el aumento de cobertura, considerando como temas menores la adecuación de los programas que se ofertan a la circunstancia socio-económica del país y su pertinencia con sus propósitos futuros de este, así como la integralidad de la formación que se imparte en aquel nivel, la cual debiera propugnar por la inclusión en sus currículas de sólidos y consistentes contenidos axiológicos que garanticen que la futura clase dirigente de verdad transite por la senda del buen actuar y el respeto a la vida y a los bienes ajenos, sobre todo a los públicos.
Dándole preeminencia a los valores sobre los demás temas, para ver erradicar del país el cáncer de la corrupción y la cultura del fácil enriquecimiento con que nos ha permeado el narcotráfico, ya enquistada en la alta dirigencia nacional.
Por lo demás, dar la oportunidad a pensar siquiera en la educación como posibilidad de inversión para la obtención de lucro, resulta, por decir lo menos, aberrante en grado superlativo y contradictorio con el propósito de incentivar la calidad de ésta, en cuanto con ello se está invitando al capital a buscar los rendimientos económicos, que, como se sabe, casi siempre se persiguen en el mundo negocial por la vía del menor gasto posible y la reducción de costos, lo cual se conoce en aquel ambiente como eficiencia.
Con lo que le estaríamos dando paso franco a la desmesurada reproducción de centros de educación superior, de los que hoy se conocen en el argot popular, como fábricas de profesionales o “universidades de garaje” que nacen en inadecuadas locaciones y crecen y se desarrollan gracias al bajo presupuesto asignado a su operación y a la pobreza de la calidad de la educación que imparten.
Conduciendo, indefectiblemente, al desolador panorama que hoy presenta un sistema de seguridad social privatizado y convertido en negocio y los servicios públicos entregados a manos particulares en desmedro de la calidad de vida de los usuarios, pese a la existencia de algunos casos de excepción, que apenas si sirven para confirmar la regla, como solían decir nuestros profesores de matemáticas.
Por lo demás, insistir en un desmesurado incremento de la cobertura sin límite y propósito alguno amenaza a convertir a Colombia en otra Cuba -como acertadamente lo señalaba algún columnista de otro diario-, en donde la desocupación y el subempleo son evidentes pese a que los taxistas, los vendedores de puestos de expendio de dulces y hasta las llamadas “jineteras” ostentan títulos de maestría y doctorado, conformando un ejército de inconformes y frustrados, pues el medio no les brinda posibilidades al desempeño de sus conocimientos y el lucimiento de sus talentos.
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