demonios y brujas que están a punto de caer o han caído en el pecado al atreverse a pensar diferente a lo que los “eruditos” y los miembros del santo oficio del conservatismo creen que es la verdad revelada, y desde ya se les anuncia la condena al infierno eterno –no poder pertenecer a la colectividad azul- si continúan con esas sacrílegas actitudes.
Todo en aras de logar la “unidad” y eliminar la oposición, no importando que la censura y la arrogancia se impongan como el mecanismo para realizar tan “noble” oficio. No importa que quienes se autoproclaman como los guardianes de la heredad tengan sus pecadillos por allí escondidos y que en el pasado se hayan prestado para dividir el Partido Conservador y de paso favorecer sus intereses personales.
José Darío Salazar, quien posa de inquisidor mayor y quien no ha hecho nada por el Partido Conservador en el Tolima, salvo delegar a un reconocido liberal ibaguereño para que presidiera el pasado Congreso Conservador, anunció desde ya sanciones para aquellos militantes que pequen, como si él y otros tantos tuvieran autoridad moral para hacerlo cuando aún están frescos los recuerdos de cómo el Directorio Nacional desconoció el mandato del Congreso Conservador que eligió a Juan Camilo Restrepo como candidato conservador a la Presidencia de la República, borrando de un solo plumazo aquella decisión para apoyar al entonces candidato Álvaro Uribe, o el más reciente caso cuando dejaron abandonada a la candidata Noemí Sanín luego de haber ganado ella la postulación del Partido Conservador para la Presidencia de la República, deslegitimando las instituciones democráticamente diseñadas.
Los pecados son blasfemia, bigamia y superstición, en otras palabras pensar diferente a las nuevas deidades del partido, contraer vínculos de apoyo con otros partidos sin haberse divorciado del conservador, creer que existen candidatos que no conocen la doctrina conservadora y predecir que el partido pudiera ser derrotado.
Y como en aquella época, sólo se puede juzgar a los conservadores debidamente carnetizados o reconocidos bajo la mirada incrédula de miles de ciudadanos que no logran entender por qué algunos candidatos a dirigentes toleran tremendo atropello a su dignidad. Lamentablemente pareciera que se está pasando del consenso a la imposición, de la persuasión a la intimidación, y la verdad es que estas son las peores estrategias para lograr militancia y afecto por las causas electorales.
La disciplina para perros en la era de la modernidad está llamada a fracasar, como ha fracasado en tiempos pasados no tan lejanos, y para el colmo de males parece que la ilustración no hace parte del vocabulario de algunos “ilustres” dirigentes. Esperemos que el Partido Conservador no se tenga que arrepentir de los errores cometidos por el afán de ciertos dirigentes de posar como jefes doctrinarios o multipartidistas, ni porque estos lleven a la antipatía de los electores y por ahí a la pérdida de apoyos.
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