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Y es que en tiempos de incertidumbre y polarización política, una escena no cambia: la designación de personas en cargos públicos basados más en afinidades políticas que en competencias técnicas. Este patrón, que trasciende gobiernos y colores partidistas, ha evidenciado las consecuencias negativas de priorizar la lealtad política sobre la capacidad y la formación.
La pregunta es: ¿puede un Estado realmente avanzar sin líderes competentes en los lugares estratégicos?
La administración pública, es un sistema complejo que exige conocimientos técnicos, habilidades específicas y experiencia para gestionar recursos, resolver problemas y trazar rutas de desarrollo sostenibles. Sin embargo, en muchos casos, los cargos se otorgan con criterios más cercanos al clientelismo que al mérito. Está podría ser una de las razones por la que tenemos gobiernos ineficientes.
Las consecuencias de esta falta de profesionalismo son palpables. Proyectos paralizados, políticas públicas mal diseñadas, presupuestos mal ejecutados, son algunos de los ejemplos de este mal. Seguimos sin entender que cada decisión mal tomada, cada recurso mal administrado, no es solo un error técnico: tiene un costo humano que recae sobre los ciudadanos más vulnerables.
Los municipios, los departamentos y el país necesitan gobiernos compuestos por personas que sean más que políticos de carrera. Se requieren tecnócratas, científicos, líderes con formación interdisciplinaria y una visión integral del país. Hay que reconocer que la mezcla entre conocimiento técnico y sensibilidad política puede ser un buen motor del progreso.
La profesionalización del servicio público no es una utopía. Algunos países han apostado por la meritocracia en sus sistemas administrativos, como los escandinavos, y esto ha resultado en la reducción de la corrupción y efectividad de políticas públicas. ¿Por qué no podemos aspirar a lo mismo?
Un gobierno con líderes competentes no es un lujo: es una necesidad urgente. Si queremos avanzar, debemos dejar atrás la politiquería y apostar por la construcción de un Estado sólido, transparente y eficaz. Como ciudadanos, tenemos el deber de exigirlo.
Porque al final, la verdadera transformación no vendrá de discursos, redes sociales, ni promesas vacías, sino del trabajo silencioso y efectivo de quienes, desde cada cargo, entendemos que servir al país es un privilegio, es un honor, que exige dedicación y compromiso.
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