El Tolima, su Tolima, nuestro Tolima

Alberto Bejarano Ávila

Como señalara en artículo anterior respecto al país, el Tolima igual es una histórica totalidad geoespacial del territorio colombiano, región concreta que, hasta hoy, no ha tenido la suerte de que sus pobladores, originarios y acogidos y con ellos sus líderes sociales, económicos y políticos, como sujetos conscientes, empoderados y actuantes, lo reconozcan como espacio objeto de desarrollo a construir a partir de su propio sentido histórico y no como territorio receptor, generalmente para mal, del viejo modelo centralista de país que se resiste a morir.
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En el Tolima subyace una simbiosis sistémica de identidad, recursos y potencialidades que, asumida bajo el enfoque de país de regiones diversas y autónomas, permitiría trazar los ejes estratégicos de un original modelo de desarrollo regional, cuyo insumo vital sería la sinergia de 47 modelos de desarrollo municipal y, de ellos, los de sus veredas y comunas.

Como totalidad geoespacial especifica, el Tolima, tiene todo para alcanzar el desarrollo y la modernidad, pero, tristemente, esta promisoria región sigue siendo insustancial, abstracta y pobre y no es nuestra, por dos razones; una, porque la absorbió el centralismo plutocrático que nos alienó para que perdiéramos la identidad y con ella el sentido histórico-político de territorio, sociedad y futuro; dos, porque esa enajenación sirve de oxígeno para que perviva una forma decadente de gestión que arruinó el liderazgo orgánico regionalista para dar lugar al (generalizo) mangoneo social, económico y político basado en el egocentrismo, la codicia, la sordidez y la fantochería, plagas que aunadas arrasaron nuestra cultura y nuestro espíritu progresista y nos enrola en clanes o bandos de la politiquería disociadora que, enemistando, impide que decidamos juntos los caminos correctos para construir un mejor futuro. 

La decadencia del “liderazgo” que nos ancla al atraso se reconoce en la patética presteza de personajes que, sin organización, ni decisiones colectivas, ni ideas compartidas para rehacer al Tolima desde sus municipios, se auto postulan a toda elección; igual se reconoce por esa sucesión de cacicazgos hegemónicos que, a la manera medioeval, se rodean de pregoneros, sofistas, bufones y tartufos, a quienes les “va bien” acolitando la decadencia. Ante la nefasta gestión pública, que contamina la privada, la lógica reacción sería el liderazgo progresista; y de suyo surgen buenos líderes que pronto terminan imitando a los ineptos caciques porque no convocan a descubrir y enfrentar las causas y obstáculos del progreso y optan por mitigar problemas que, siendo meros efectos del atraso, solo pueden solucionarse con progreso.

Sé que mi juicio es ácido, pero entiéndase que lo motiva la indignación de observar al Tolima dando tumbos y yendo a ningún lado. El Tolima nuestro, progresista, democrático, moderno, industrial, culto, con infraestructura envidiable, que aúna a tres millones de tolimenses, no existe, debemos construirlo. Pero, sabiendo que solo “boto corriente”, seguiré porfiando en que la ruta a seguir no es la ególatra y sucia lógica dominante, es la identidad, el reencuentro de tres millones de tolimenses y la organización social y política con impronta tolimensista.

Alberto Bejarano Ávila

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