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La Sociedad de Naciones surgió luego de la primera guerra mundial en 1919, con el loable propósito de impedir hacia el futuro los horrores de la guerra. Sin embargo, no pudo evitar que florecieran las barbaridades del nazismo, el fascismo, el franquismo en la guerra civil española, durante la segunda guerra mundial, con los millones de judíos asesinados y torturados en los campos de concentración, ni la desaparición del estado de derecho.
Pasada la segunda guerra mundial surgió la Organización de Naciones Unidas en 1945, con el mismo fin de evitar guerras y hacer respetar la soberanía de los pueblos y el derecho internacional humanitario.
Desde entonces, ha sido muy poco lo que Naciones Unidas ha podido hacer para impedir hechos de barbarie aun cuando durante la “guerra fría” se mantuvo una cierta “calma” que, de todas maneras, no impidió las purgas Stalinistas; los “goulags”; las atrocidades durante la guerra de Vietnam; ni ahora, los terribles crímenes cometidos en Gaza o Israel, o en Ucrania en donde casi que, en vivo y en directo, la humanidad asiste a los asesinatos de hombres, mujeres y niños en guerras crueles y sin sentido.
En nuestra región, en medio del huracán desatado por el asesinato del líder popular Jorge Eliecer Gaitán, surgió en el Gimnasio Moderno -ya que ardía la capital- la Organización de Estados Americanos, con la finalidad, entre otras, de resolver armónicamente los naturales conflictos entre los estados y preservar el sistema democrático. Es decir, las elecciones libres para la alternancia en el mando, la separación de poderes, el respeto a la soberanía y la observancia absoluta de los derechos humanos.
Después de su fundación, la OEA asiste -casi impotente- a las dictaduras militares; los golpes de Estado, siendo el más sangriento el de Pinochet contra el presidente de izquierda Salvador Allende elegido democráticamente; el militarismo de las décadas del 60 y 70, prácticamente, en toda la región con excepción de Colombia y, quien lo creyera, Venezuela, con una larga tradición de presencia militar desde la independencia y que se vuelve a expresar ahora con el poder omnímodo de Padrino López.
Claro que también hubo dictaduras civiles como la de Bordaberry en el Uruguay y presidentes elegidos que luego, con métodos non santos, cambian la Constitución para quedarse en el poder, siendo el caso más reciente el de Bukele en El Salvador.
Hoy Maduro con sus militares hace lo que se le antoja. Se burla no solo de su propio pueblo sino de los EEUU y de la “comunidad internacional”. En la OEA no fue posible siquiera aprobar una tibia declaración contra el zarpazo electoral del sátrapa, con la actitud colombiana que, con razón, el expresidente Juan Manuel Santos calificó de “vergonzosa”.
Servirá de algo que la Unión Europea, los Estados Unidos y buena parte de los gobiernos de la América Latina, desconozcan en declaraciones el “triunfo” de Maduro… Ya había ocurrido que 60 países reconocieron a Juan Guaidó como presidente legítimo. Nada pasó y ahí sigue montado el chavismo.
Acaso asustará al usurpador -que encarcela y secuestra a sus opositores incluidos menores de edad- el “coco” de la Corte Penal Internacional. El estatuto de Roma estableció que los delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra, más el secuestro, por ejemplo, no podían ser considerados como delitos políticos para efectos de la concesión de amnistías o indultos.
¿Cuántos dictadores y asesinos están hoy presos por cuenta de la Corte Penal Internacional?
Sin embargo, en Colombia, después de la vigencia del estatuto de Roma, hemos negociado con reclutadores de niños, asesinos y secuestradores. Y ahora lo hacemos con narcotraficantes puros.
Frente a todas las burlas ¿no será hora de repensar la eficacia del derecho internacional y de organismos como Naciones Unidas y la OEA?
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