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El título de esta columna lo he tomado del clásico libro del periodista conservador Arturo Abella “Don dinero en la independencia” y, a raíz de la columna publicada por Carlos Caballero Argáez en este diario, comentando la foto de los hombres más poderosos de los EEUU ubicados en primera fila, el 20 de enero, en la posesión de Donald Trump.
El tema no es nuevo y ha ocupado la atención de los politólogos en sus distintas aristas, en la medida en que el dinero -licito o ilícito- influye en la constitución de los órganos del poder tanto en el Ejecutivo como en el legislativo. Habría que hacerse una pregunta: ¿para qué se necesitan chorros de dinero en las campañas electorales y luego, por la vía de los contratos, en la relación entre presidente y Congreso? En el argot de los políticos suele decirse que es para logística, transporte, almuerzos, camisetas, refrigerios, testigos electorales y obviamente, gastos publicitarios, entre otros rubros.
Si la democracia electoral consiste en convencer a los ciudadanos para que escojan entre distintas opciones ¿por qué diablos hay que invertir inmensas sumas de dinero en ese proceso de “persuasión”? La respuesta puede estar en el momento en que la política en el mundo dejó de ser el debate de las ideas para convertirse, más ahora con redes e influencers, en cómo crear -o destruir- una imagen o, como suele decirse, vender un “producto” político. En buena parte para eso se necesita el dinero, para buscar el poder o para conservarlo.
Las talanqueras que han querido ponerse para limitar esos gastos electorales han resultado una burla. Sin que sea una mera especulación, podría decirse que muy pocas campañas han respetado esos topes. Pero, paralelamente, casi nunca el Consejo Electoral y menos la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes -como lo estamos viendo- logra sancionar esas violaciones con la pérdida del cargo o la investidura.
Tampoco hay control sobre el derroche de gobernantes en pauta publicitaria para auto bombo. Un partido político con ideas y fondo programático no necesitaría “propaganda” para convencer, así como un gobierno no debería estar haciendo -como se ha denunciado- derroches millonarios en publicitar sus acciones de gobierno, por supuesto, no siempre buenas.
Cuando se estableció la circunscripción nacional de Senado y las listas abiertas al Congreso -en que cada renglón es una campaña que incluye jefe de seguridad, de prensa, maquilladora o maquillador y manejador de redes o bodegas- éstas se encarecieron hasta límites insospechados. Y ahí aparece: don dinero, pues quienes apoyan las campañas para esos gastos esperan su recompensa en actos de gobierno y se jactan de ser los dueños del candidato.
La situación altera más el sistema democrático cuando los financiadores no son los empresarios -con intereses ciertamente, pero con dineros lícitos- sino los delincuentes llámense narcotraficantes, paramilitares, beneficiarios de la minería ilegal y otras actividades criminales. Más allá de las decisiones que tomó el Congreso en su momento, la influencia de los carteles en la financiación de una campaña presidencial ha vuelto sobre el tapete a propósito de libros escritos por delincuentes que, desde luego, deben ser mirados con distancia.
La reflexión debe ser el por qué cuando había partidos de verdad, lideres, ideólogos y programas, el dinero -licito e ilícito- no tuvo la influencia que hoy tiene. Por la sencilla razón de que no era necesario acudir a las espumas publicitarias. ¿Cuándo, Carlos Lleras, Laureano Gómez, López Pumarejo o López Michelsen, Ospina Pérez, Gaitán, Barco o Echandía, necesitaron asesores de imagen o de bodegas en las redes? Es posible que existieran otros factores de desviación de la voluntad popular pero no el del dinero para los menesteres mencionados o para comprar votos. En este último tema ¿por qué nunca nos preguntamos qué hace que en una sociedad el ciudadano venda su voto a un político que se lo compra?
El intercambio de votos en el Congreso por puestos, contratos o dinero en efectivo, como se ha denunciado ahora, es otro de los graves factores de distorsión de la democracia. La única manera de desterrar a “don dinero” de la política, es volver a tener programas, ideologías, cultura política y partidos de verdad.
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