a modificar su composición social y, obviamante, a afectar con caracteres de gravedad su economÃa: el flujo de desplazamiento masivo que le llegaba y que sigue sucediéndose sin solución de continuidad, bien diverso de los que se dieron a finales del siglo XIX y principios del XX y que en aquellas calendas animaron la actividad mercantil y agropecuaria de la región, como los de la colonización antioqueña, de los comerciantes y cacharreros de origen árabe y judÃo, genérica y popularmente llamados “turcosâ€, que exitosamente incursionaron en el manejo del comercio local de telas y fantasÃas propias de la época, y de los agricultores españoles que modernizaron y dinamizaron el campo circundante.
Y es que la guerra partidista en la anterior centuria (1948-1964), más conocida como «la violencia», el cruento accionar guerrillero que le sucedió, la lucha contra las drogas, la emergencia de las llamadas autodefensas y hasta las tragedias naturales como la avalancha de Armero y la pasada ola invernal, han desplazado, y siguen haciéndolo, a miles de personas que a falta de otros rumbos han derivado hacia nuestra ciudad luego de mucho deambular sin destino o norte fijo, conformando verdaderos rÃos humanos que huyen de sus provincias abandonando sus tierras, como que el 30 por ciento de aquellas gentes poseÃa tierras, con o sin tÃtulo, según las cifras estadÃsticas.
Aquellas circunstancias los expulsaron y desarraigaron y el grupo social al que están arribando no los puede ubicar y absorver por la precariedad de sus estructuras socio-económicas y la falta de preparación de aquellos para desempeñar oficios urbanos, quedando expuestos a sobrevivir en un mundo limitado y sin retorno, arriesgándose a tener que ingresar al cÃrculo de la delincuencia y los negocios clandestinos, hinchando las zonas marginales de la ciudad.
Con ello la población ibaguereña aumenta paralelamente con la delincuencia, y crecen con desmesura el abandono de la infancia, la ruptura de las relaciones familiares y la concentración de la miseria, y los letales efectos de esta fragmentación se manifiestan con toda su crudeza.
Son los grupos de informales que vemos «laborando» en las esquinas bajo los semáforos de nuestra musical ciudad, causando a su desenvolvimiento un problema de enormes proporciones, casi tan grande como el ocasionado por cualquier desastre natural en otras latitudes, pues, según nos muestran los registros, en Ibagué los «hijos del desplazamiento» alcanzan una cifra cercana a los 50 mil, tan alta que roza el 10 por ciento de la actual población.
Una masa humana migratoria que está alterando la composición socio-económica de la urbe asà como sus costumbres polÃticas, sus hábitos y hasta su cultura, llevándola al borde del desquiciamiento y la pauperización, como lo evidencia su cifra de desempleo, que no mejora a pesar de los ingentes esfuerzos que realizan las administraciones local y departamental y las cuantiosas inversiones que está ejecutando el emergente sector privado.
Es una delicada circunstancia que se viene a sumar a la deficiente formación de raizales y recién llegados y a la precariedad de la infraestructura existente, que se presenta ante los aspirantes a dirigir la ciudad, como tremendo reto a encarar desde el primer dÃa de su gobierno. La ciudadanÃa que escoge a través del sufragio, tiene asà mismo la gran responsabilidad de seleccionar entre los varios aspirantes al que mejor respuesta ofrezca a una cuestión de tanta envergadura.
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