La vicepresidencia, una nefanda institución

Desde el malhadado año de 1827, en que Francisco de Paula Santander fue proclamado como vicepresidente de Simón Bolívar, en lo que entonces se llamó la Gran Colombia, el país comenzó a sufrir con los perversos efectos que la institución de la vicepresidencia genera.

Pugnacidad y celos entre el Presidente y su eventual sustituto, que se tradujeron incluso en una criminal conspiración, terminando por socavar la unidad necesaria para enfrentar los difíciles momentos que vivió la patria y dando base al desacuerdo y la contienda entre los colombianos que se prolongan hasta hoy y que no menguan ni aflojan, ni, mucho menos, cesan.

Abolida en buen momento en la Carta federativa de 1863, fue inexplicablemente restaurada por el constituyente de 1886, para que fuera el primero en ocuparla el liberal Eliseo Payán, gracias a la cual tuvo la posibilidad de ser mandatario por un corto período. A éste lo sucedieron los conservadores Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín y Ramón González Valencia, causantes de convulsas circunstancias políticas que incidieron negativamente en el desenvolvimiento del país y responsables como las que más entre las causas eficientes de nuestro atraso económico, político y social.

Para nuestra fortuna, desde 1905 y hasta su nueva reedición en 1991, la calamitosa figura se mantuvo alejada de la mente del constituyente y borrada de plano del panorama institucional, reemplazada por la Designatura, originaria de la Constitución monárquico-republicana de la provincia de Cundinamarca de 1811 y ratificada por la de 1853, cuando aludió al concepto en forma explícita como medio de sucesión presidencial ante la eventual necesidad de sustituir al ejecutivo, gracias a lo cual se vivió por un prolongado período un clima menos pugnás al interior de los gobiernos que fueron sucediéndose.

No obstante, nuestra novísima y populista Constitución de espaldas a las enseñanzas del pasado le insufló vida nuevamente a la Vicepresidencia, pensándola esta vez como útil her­ramienta de mecánica electoral para alcanzar las mayorías mediante coyunturales alianzas políticas, tal como la usada en “el maridaje” de Juan Manuel Santos con el ígnaro y controvertido líder sindical Angelino Garzón, calificada recientemente por el dirigente “verde” Lucho Garzón, como la unión del “tamal con la champaña” aludiendo a sus diferencias de origen, formación, clase y destino.

Sin que importara que con el inefable “cargo” retornaran, una vez más y con nuevo aliento, las tensiones, los inconvenientes y las inestabilidades políticas, como las que antecedieron a la actual entre los presidentes Samper y Uribe con sus correspondientes vicepresidentes Humberto de la Calle y Francisco Santos.

Definitivamente, “el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla”.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DÔME

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