El parto de los montes es el título de una conocida fábula de Esopo datada en el siglo VI antes de Cristo, que narra cómo los montes, a punto de dar a luz, dieron terribles signos que infundieron terror y espanto a todo aquel que los escuchó y sintió, pasados los cuales terminaron pariendo al más pequeño e insignificante de los roedores: un ratoncito, con lo cual el fabulista dio lugar a que por los siglos se hiciera uso del título y contenido de su obra para ilustrar aquellos acontecimientos que se anuncian como algo grandioso o importante y que terminan siendo sucesos menores.
Como lo corroboró otro fabulista, Samaniego, ya en el siglo XVIII en su inmortal verso en el que advierte que:
“Hay autores que en voces misteriosas
Estilo fanfarrón y campanudo
Nos anuncian ideas portentosas;
Pero suele a menudo
Ser el gran parto de su pensamiento,
Después de tanto ruido, …sólo viento.”.
Como sucedió con la reciente Reforma de la Justicia, que cacareada por el ministro Juan Carlos Esguerra como la redención para el estado de injusticia que permea al país, apenas sí concluyó en algunos cambios de poca entidad y de sabor clientelista en la estructura de esa Rama del Poder Público, tramitados al tiempo del mal llamado por el Gobierno, “Marco Jurídico Para la Paz”, que no es otra cosa que un estatuto que consagra la generalizada impunidad para los delitos aberrantes, como lo definió el Director para las Américas de la ONG “Human Rigths Watch, que debilita la maltrecha Justicia y que le da un ‘puntillazo’ o golpe de gracia a aquellos que desde y con las instituciones luchan con dificultades sin cuento y a riesgo de sus propias vidas, contra los delitos y los criminales de lesa humanidad.
Claro que ya la prosaica realidad de la violencia le ha respondido al confundido Ministro poniendo en evidencia lo que piensan los criminales “del parto de su pensamiento” concretado en su fementido fortalecimiento de la Justicia y una reforma constitucional en contravía de lo que demanda el país supuestamente conducente al perdón y olvido: destrucción por doquier, dos muertos, 54 heridos -todos ellos desprevenidos civiles-, y el ánimo de acallar las ideas de un hombre valioso y valeroso para encarar el terrorismo guerrillero, “una de las plurales formas de lucha” preferidas por la caduca izquierda comunista para imponer su ideario y de las autodefensas que con propósito diverso siguen su “edificante” ejemplo.
Una reiteración de lo hecho cada vez que se les convida a la paz, lo que en su paranoia criminal interpretan como debilidad del Estado y fraccionamiento institucional, y cual perro rabioso muerden la mano del que se la extiende.
Repudio general es lo que debe producir el acto vandálico y demencial contra el exministro de Estado, intelectual y periodista Fernando Londoño Hoyos; condena social y masivo rechazo al desprecio mostrado por la vida y bienes de sencillos ciudadanos, inermes e inocentes.
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